Teo –que así se llama mi hijo- no pertenece a la “Generación Y”, no obstante es fuente ilimitada de anécdotas para este Blog. Sus historias escolares me generan sonrisas, preocupaciones y algún que otro post (que nunca le interesa leer porque eso es “cosa de viejos”). Estar al tanto de lo que se dice en su aula, de la música que baila y de las palabras que inventa me conecta con esos adolescentes que algún día nos echará en cara “esto” que les estamos legando.
Hace un par de semanas mi hijo llegó a casa con una tarea de Geografía. “¿Cuáles son las porciones en las que está dividida América Central?” decía la pregunta, que nos puso a indagar en la memoria y en los diccionarios. Intenté explicarle a Teo que en mi época de la secundaria, se utilizaban otras categorías como “zonas”, “áreas” o “ecosistemas”, pero no esta definición que más bien recordaba a un trozo de pastel que a una franja de territorio. De manera que lo interrogué sobre el origen de tan novedosa categoría y obtuve como respuesta: “Eso lo dijeron en la tele-clase”.
Para aquellos que no están muy actualizados en los “nuevos métodos educativos” de la enseñanza media cubana, debo explicarles que un televisor -en cada aula- hace las veces de profesor alrededor del 60 % del horario docente. Los jóvenes se aburren, no pueden decir “Profe, repita que no entendí” y copian sin parar lo que les dictan desde la pantalla. Con esa nueva técnica pedagógica se intenta paliar la crisis de maestros, motivada por los bajos salarios y el poco reconocimiento social e institucional.
Con la duda de “las porciones” me fui hacia la escuela y le pregunté al profesor (al de carne y hueso, no al virtual de la pantalla) qué significaba aquella nueva definición geográfica. Escuché entonces algo conocido: “Ah, no sé, eso lo dijeron en las tele-clases”. De manera que he decidido sentarme cada mañana a escuchar y tomar nota de los programas educativos transmitidos por la televisión. Si no lo hago así, cómo podré ayudar a repasar y evacuar las interrogantes de Teo.
Metida ya en el rol de interpretar para mi hijo la aburrida perorata del “profe televisivo” he conseguido hasta un cassette VHS. ¡Mañana mismo, comenzaré a grabar las tele-clases!
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12 de Diciembre, 2007
Mi amigo Miguel, gay y contestatario, se siente esperanzado con las nuevas medidas impulsadas por Mariela Castro, que le permitirán acceder a una cirugía de cambio de sexo. Sueña con tener un carné de identidad que diga que es “ella” y no “él” y con ser tratado como la mujer que se siente. Sabe, sin embargo, que tendrá que esperar mucho más para afiliarse legalmente a un partido socialdemócrata, para manifestarse con un cartel por sus derechos laborales o para votar -en elecciones directas- por otro presidente.
Con su nuevo nombre, que desde hace años tiene decidido que será Olivia, no se librará del todo de la intolerancia. Quizás llegue a ser aceptado en su diferencia, siempre que está sea “de preferencia sexual” y no de “tendencia ideológica”. Salir del armario de sus opiniones políticas le llevará más tiempo y le recordarán, en su debido momento, que esta Revolución le ha permitido el sueño de su transexualidad.
No entiendo muy bien como se puede convocar a la tolerancia parcelada e inconclusa. Cómo se puede estar a la avanzada en el tema de los matrimonios entre homosexuales y no permitir –por otro lado- que nos “casemos” con otra tendencia política o doctrina social. Todos los miles de cubanos encerrados en sus armarios de doble moral, reprimiéndose sus verdaderas opiniones –como si de un gesto afeminado se tratara- están esperando porque una Mariela Castro diga públicamente: “A estos también hay que aceptarlos y tolerarlos en su diferencia”. Miguel será entonces la mujer socialdemócrata que siempre ha soñado.
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12 de Diciembre, 2007
El martes lo pasamos entre el teléfono que sonaba y los amigos que venían para contarnos que Carlos Otero -el más conocido presentador de la televisión cubana- había pedido asilo en Estados Unidos. Esta ha sido la noticia que más rápidamente ha circulado vox populis en los últimos meses, quizás por tratarse de un hombre de los medios. Había llegado a ser el único que, en nuestra somnífera programación, tenía un espacio con su propio nombre: “Carlos y punto”.
Acostumbrada como estoy a ver partir cada año a varios de mis amigos, no me sorprende que este “hombre de éxito” haya escogido el camino del exilio. Su decisión se parece a la de muchos otros que han comprendido que aquí no tienen futuro, que han llegado a darse cuenta que Cuba no es un país donde realizar los sueños. Eso lo confirmo cada vez que pregunto entre mis conocidos sobre sus planes y recibo -más de la mitad de la veces- la frase “yo lo que quiero es irme de aquí”. Respuesta ésta que aumenta alarmantemente cuando se interroga a los de menos edad.
Esta continúa sangría que cada mes se lleva a los más jóvenes, a los más atrevidos y, por qué no decirlo, a los más talentosos, es la demostración de que el bienestar de la población no está siendo el centro de atención del gobierno cubano. Elementos políticos, ideológicos y cargas arrastradas del pasado son priorizadas por encima del “aquí” y el “ahora” de nuestras necesidades. Mientras por “allá arriba” no se reconozca que no han logrado construir un país donde la gente quiera quedarse y emplear sus energías, no podrá resolverse el drama de la emigración.
Cuántos tendrán que irse para que escuchemos la frase de “hemos fracasado, no hemos podido darle un futuro a los cubanos”. Sospecho -porque ya conozco la testarudez que trae tantos años en el poder- que ni siquiera la desolada estampa de una isla de gente envejecida y cansada, con sus hijos viviendo en otras latitudes, hará entrar en razón al gobierno cubano. Me imagino las acusaciones de “apátrida”, “vendido al imperialismo” y “traidor” que se escucharán por estos días, en el Instituto de Radio y Televisión, al hablar del asilado presentador.
No saben ellos que con la salida de Carlos Otero, los que quedamos aquí, sentimos la isla cada vez más vacía y terriblemente aburrida.
El martes lo pasamos entre el teléfono que sonaba y los amigos que venían para contarnos que Carlos Otero -el más conocido presentador de la televisión cubana- había pedido asilo en Estados Unidos. Esta ha sido la noticia que más rápidamente ha circulado vox populis en los últimos meses, quizás por tratarse de un hombre de los medios. Había llegado a ser el único que, en nuestra somnífera programación, tenía un espacio con su propio nombre: “Carlos y punto”.
Acostumbrada como estoy a ver partir cada año a varios de mis amigos, no me sorprende que este “hombre de éxito” haya escogido el camino del exilio. Su decisión se parece a la de muchos otros que han comprendido que aquí no tienen futuro, que han llegado a darse cuenta que Cuba no es un país donde realizar los sueños. Eso lo confirmo cada vez que pregunto entre mis conocidos sobre sus planes y recibo -más de la mitad de la veces- la frase “yo lo que quiero es irme de aquí”. Respuesta ésta que aumenta alarmantemente cuando se interroga a los de menos edad.
Esta continúa sangría que cada mes se lleva a los más jóvenes, a los más atrevidos y, por qué no decirlo, a los más talentosos, es la demostración de que el bienestar de la población no está siendo el centro de atención del gobierno cubano. Elementos políticos, ideológicos y cargas arrastradas del pasado son priorizadas por encima del “aquí” y el “ahora” de nuestras necesidades. Mientras por “allá arriba” no se reconozca que no han logrado construir un país donde la gente quiera quedarse y emplear sus energías, no podrá resolverse el drama de la emigración.
Cuántos tendrán que irse para que escuchemos la frase de “hemos fracasado, no hemos podido darle un futuro a los cubanos”. Sospecho -porque ya conozco la testarudez que trae tantos años en el poder- que ni siquiera la desolada estampa de una isla de gente envejecida y cansada, con sus hijos viviendo en otras latitudes, hará entrar en razón al gobierno cubano. Me imagino las acusaciones de “apátrida”, “vendido al imperialismo” y “traidor” que se escucharán por estos días, en el Instituto de Radio y Televisión, al hablar del asilado presentador.
No saben ellos que con la salida de Carlos Otero, los que quedamos aquí, sentimos la isla cada vez más vacía y terriblemente aburrida.
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