Wednesday, December 19, 2007

La transición cubana


El Pais

La disidencia cree que la penuria económica impondrá el cambio
Los opositores exigen más hechos y menos declaraciones
Pasaba el mediodía habanero cuando Oswaldo Payá, fundador del Movimiento Cristiano de Liberación, entregaba en la Asamblea Nacional un proyecto de amnistía para los presos políticos cubanos.
A esa hora, los analistas se devanaban los sesos tratando de dilucidar el significado de las palabras de Fidel Castro sobre su "deber de no aferrarse a cargos" -que ha ostentado durante medio siglo- y de dar paso a "personas más jóvenes". Pero Payá, premio Sajarov del Parlamento Europeo e infatigable promotor de iniciativas que han ido permeando en la sociedad cubana, como el Proyecto Valera o los comités de reconciliación, no presta oídos a declaraciones, sobre todo cuando tantos de sus compañeros cumplen condenas por promover la democratización. "Fidel puede decir lo que quiera. ¿Sus palabras son síntoma de algo? Tal vez. El problema es el régimen. La situación real no ha cambiado". Habla Carlos Payá, hermano de Oswaldo, que vive en Madrid desde hace 21 años.
Curtidos en cinco décadas de espera, los disidentes cubanos de dentro y de fuera de la isla toman las declaraciones de Castro con escepticismo y desconfianza. Porque si algo ha ofrecido el Líder Máximo en 49 años de dictadura son discursos, prolijos y eternos.
"Fidel tiene un gran poder de simulación que le ha permitido mantenerse en el poder", señala la pedagoga Marta Frayde, ex embajadora de Cuba ante la Unesco y fundadora del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, antes de partir al exilio en España en 1979. "Se ha dado cuenta de que le ha llegado su hora, y quiere dejar las cosas bien amarradas". A sus 87 años, Frayde ya no quiere oír hablar de declaraciones. "Lo que tiene que haber es una rectificación de los errores políticos y económicos que han cometido, y que nos han causado tantos años de sufrimiento. Y esa rectificación no se ve por ninguna parte".
"Cambios sustanciales no ha habido, es cierto. Pero se están dando movimientos inéditos", señala desde La Habana el economista y diplomático Óscar Espinosa Chepe. "En su discurso del pasado 26 de julio, Raúl Castro se comprometió con una serie de reformas, y si no los hace sería suicida. Dentro del partido hay mucha presión. Un dirigente hablaba este fin de semana en Juventud Rebelde de la necesidad del cambio agrario y entregar tierras a los campesinos. Estamos en una situación desesperada de desabastecimiento. Cuba, que es un país agrícola, está importando el 84% de los alimentos que necesita, fundamentalmente de Estados Unidos. El salario, en términos reales, es el 24% de los niveles de 1989. Están obligados a hacer reformas, lo quieran o no, porque esto es insostenible".
El cambio económico es la antesala de la democratización, dice Espinosa, condenado a 20 años y en libertad condicional por sus problemas de salud. La derrota de la reforma constitucional del presidente venezolano, Hugo Chávez, principal abastecedor de la isla, es otro factor que preocupa a la cúpula cubana, señala Espinosa.
"Todo es muy sutil. Pero Fidel se acabó. No aparece por ningún lado. Las fotos están retocadas. Está muy mal de salud. El problema es que mientras esté respirando, seguirá tratando de influir en la política. Además, tiene un grupo de colaboradores, los talibanes, cuyo poder depende de que Fidel siga influyendo", explica.
Otros disidentes, como el periodista Carlos Alberto Montaner, encuentra un contrasentido que Fidel sugiera una retirada cuando al mismo tiempo acepta su postulación para las elecciones de enero a la Asamblea Nacional. Para Montaner, las palabras de Fidel podrían revelar problemas internos. "En últimos 16 meses, Raúl le ha presentado en tres ocasiones reformas que él ha rechazado". Castro expresó recientemente sus reservas sobre la firma de convenciones internacionales de derechos humanos, anunciada por el ministro de Exteriores, Felipe Pérez Roque. Al margen de los tira y afloja, Montaner vaticina un "cambio acelerado" tras la muerte de Castro. "Cuando cambia el Estado, las instituciones cambian. Esos Estados totalitarios son teatros, donde cada uno ejecuta su papel. Los cuadros están desmoralizados. Hay 50 Adolfo Suárez que esperan su momento".

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