Por Luis de la Paz
Diario Las Américas
En los últimos años, tras la caída del Muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética y el desplome, al menos formal, del sistema político que tal estructura de poder representaba —y aún representa en países como Corea del Norte, China y Cuba–, han aparecido interesantes libros sobre la minuciosa y no por ello menos monstruosa labor de los aparatos represivos en los países del Este. Con este indicativo punto cardinal se pretende resumir al vuelo, el sometimiento y la tragedia vivida por millones de seres humanos bajo la ideología comunista.
Ahí está El libro negro del comunismo, crímenes, terror y represión de Stéphane Courtois, Nicolás Wesrth, Jean-Louis Panné, Andrzej Paczkowski, Karel Bartosek y Jean-Louis Margolín, que abre con una pregunta: “¿Cómo un ideal de emancipación y de fraternidad universal pudo transformarse, un día después de la Revolución de octubre de 1917, en una doctrina de poder absoluto del Estado, que practicó la discriminación sistemática de grupos sociales y de naciones enteras y recurrió a las deportaciones en masa y, muy frecuentemente, a las masacres?”.
Está también De los archivos literarios de la KGB de Vitali Chestalinski, quien apunta que estos archivos “no sólo contienen pruebas lapidarias de los crímenes comunistas contra la humanidad, sino buen número de joyas de una literatura truncada por el poder”. De este mismo investigador ha salido a la luz Denuncia contra Sócrates: nuevos descubrimientos en los archivos secretos de la KGB, con el que el escritor intenta: “devolver la voz a pensadores y escritores que vivieron y murieron en una época en que la palabra y la literatura eran víctimas de una persecución sistemática”.
No en libro, pero sí en imágenes, está La vida de los otros del cineasta alemán Florian Henckel Donnersmarck, por la que el realizador ha recibido numerosos premios internacionales, entre ellos el Oscar a la mejor película extranjera en el 2007. En esta extraordinaria, perturbadora y emocionante película, se cuenta la labor de un oficial de la temida Stasi (policía secreta en la desaparecida República Democrática Alemana), cuya misión es espiar y documentar por escrito, lo que hace una pareja, integrada por un escritor y una actriz, en el interior de su apartamento, donde han sido instaladas cámaras y micrófonos para ese propósito.
Tras el desplome de lo gobiernos represivos de estos países sometidos a la órbita soviética, ha salido a relucir abundante información sobre la manera en que operaban instituciones como la Lubianka soviética, la Stasi alemana y otras siniestras agencias como la Securitate que protegía y espiaba a los ciudadanos en la Rumanía de Nicolae Ceauþescu. En este escenario de persecución, acoso y condenas al ostracismo, las figuras relacionadas con el arte ocupaban los primeros lugares, con chantajes, amenazas, confiscación de las obras y destierro interno. Escritores como Mijaíl Burgákov, Andréi Platónov, Boris Pasternak, Isaak Bábel, Osip Mandelshtam y Alexander Solschenitzin, fueron enviados a hospitales psiquiátricos, campos de concentración, a la cárcel y, en algunos casos a la muerte física; en todos, a la muerte intelectual de su época, pero, como ha demostrado la historia, sus obras han prevalecido.
Las denuncias formuladas por estos escritores y cineastas, es afín a la realidad cubana, uno de los últimos reductos del comunismo en el mundo y por consiguiente del terror institucionalizado, la persecución, acoso y represión a los ciudadanos. La DGI cubana ha fiscalizado y condenado al ostracismo a escritores como Virgilio Piñera y José Lezama Lima, que finalmente murieron en la isla. Otros, como Reinaldo Arenas y René Ariza lograron salir de Cuba y murieron en el exilio. Están aquellos otros que fueron “rehabilitados”, como Antón Arrufat y Miguel Barnet, dos de las más tristemente célebres figuras que hoy son representantes de la tiranía y sus voces intelectuales.
Sobre la represión intelectual en Cuba el escritor Reinaldo Arenas escribió: “Sería casi ingenuo analizar aquí la represión a través de aquellos hombres que el sistema ha decidido condenar a prisión o fusilar. Más sutil, más siniestra, más inmoral, más imposible de constatar y más terrible, es la represión del silencio, de la compulsión, de la amenaza, de la extorsión cotidianas, el amago oficial incesante, el miedo desatado a través de mecanismos perfectos que hacen del hombre no sólo un reprimido, sino, un autorreprimido, no sólo un censurado, sino, un autocensurado, no sólo un vigilado, sino, un autovigilado, pues sabe (el sistema se ha encargado en hacérselo saber) que la censura, la vigilancia, la represión, no son simples manías sicológicas, delirios de persecución, sino aparatos siniestros, prestos a fulminarnos silenciosamente sin que el mundo libre (el otro no cuenta para el caso) llegue siquiera a saber a ciencia cierta qué ocurrió con nosotros”.
Los archivos de la seguridad del estado cubana deben estar repletos de obras confiscadas, entre ellas, por citar uno solo, La vida secreta de Truca Pérez, de Daniel Fernández, una suerte de raro best seller, pues el libro nunca fue publicado y no existen copias conocidas. Ojalá la literatura cubana encuentre su Chestalinski y sobre todo, que tanto las obras, como las actas policiales, los nombres de los denunciantes —muchos de ellos hoy en el exilio, que incluso han declarado públicamente haber sido agentes y muy probablemente lo sigan siendo–, se puedan hallar y dar a conocer, para reivindicar el honor de un pueblo sometido al poder más devastador que ha conocido la humanidad, el comunismo.
Contrariamente a la otra ideología totalitaria del siglo XX, el fascismo, que documentaba en detalles las acciones cometidas, incluso gráficamente (tal vez pensando que nunca serían derrotados), los comunistas han sido muy cuidadosos en dejar pocas huellas de sus víctimas y de sus victimarios. ¿Dónde están los documentales sobre el gulag, las ejecuciones multitudinarias, las cárceles hacinadas, en cualquiera de los países sometidos al comunismo? Apenas se ha podido conocer archivos de individuos o de grupos, con alguna que otra foto, pero hasta la fecha no han salido (ya hay tiempo suficiente para mostrarlas si de hecho existieran) películas y otras evidencias.
El en caso de los exiliados cubanos, tal vez intuyendo que parte de la historia del horror vivido podría perderse en el tiempo, existe una sólida literatura testimonial que habla de las experiencias individuales, así como estudios y libros de historiadores, como los del Enrique Ros y el trabajo del instituto de la Memoria Histórica Cubana Contra el Totalitarismo que preside Pedro Corzo. El salvajismo que ha sufrido el cubano está, al menos, documentado en las voces de sus propias víctimas.
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