Sunday, September 13, 2009

Y Hablo Alejandro Rios

Una nota: Cuando escribi "Las victimas de Silvio Rodriguez" habia llegado a mi oido el nombre de Alejandro Rios como testigo ocular de lo narrado en el articulo. Trate de comunicarme con el infructuosamente. Hoy me alegra ver, aunque parcialmente, aquella operacion de la Seguridad del Estado encabezada por el trocador Silvio con los hipies en la pluma de Rios. Aunque espero que el pueda ahondar acerca de aquellas reuniones en el Instituto del Vedado y el papel de Silvio en las mismas.
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Contracultura

By ALEJANDRO RIOS

El Nuevo Herald


En el hermoso filme Taking Woodstock, el director Ang Lee es capaz de idealizar los pormenores que dieron lugar al más legendario y significativo de los conciertos de rock que se hayan celebrado a cielo abierto.

Se trata de la historia de un pueblo de provincias y sus pintorescos personajes que afrontan, un buen día de 1969, los rigores de un evento para el cual no estaban preparados. El dilema resulta encantador, más cuando ya es de todos conocidos el resultado: ``tres días de paz y música''.

Cuando Woodstock celebró su primer decenio me acuerdo haber visto en un ejemplar de la revista The New Yorker, llegada furtivamente a Cuba, la caricatura donde los otrora participantes ya brindaban con champagne en ambiente de lujo. Era el chiste, algo cínico, de cómo los utópicos hippies se habían transformado en presidentes de grandes corporaciones. De cierta manera, también, la anécdota cifraba un elogio del dinámico capitalismo norteamericano.

En 1970, un año después de haberse celebrado el concierto, yo estaba en el campamento Venceremos, donde un grupo de muchachos cubanos tratábamos, infructuosamente, de emular a nuestros congéneres norteamericanos, abogando por la paz, la música y el amor, con la diferencia que debíamos cortar caña para hacernos respetar por los estamentos oficiales.

Cierto día, uno de los más conspicuos miembros de aquella aventura, rigurosamente vigilada por miembros de la Juventud Comunista, Silvio Rodríguez (sí, el mismo del concierto de la paz en la Plaza de la Revolución, cuando simulaba ser un forajido), se apareció en el campamento con un ejemplar de la revista Life dedicada a Woodstock. La publicación pasó desesperadamente de mano en mano hasta casi desaparecer. Hoy sospecho de tanta sinceridad y me parece que tras su sorpresiva promoción del concierto, se ocultaba un operativo de la policía política.

Aquellas fotos espléndidas de un mundo vedado, sin embargo, quedaron para siempre fijadas a mi imaginación.

Cuando en 1969 medio millón de jóvenes se arremolinaban ante sus dioses musicales tutelares en el pináculo del movimiento hippie, en aquel ignoto pueblo de Nueva York, los cubanos que intentaban imitarlos en la isla del desencanto eran acosados en las calles por diligentes policías y sus auxiliares civiles, desmochando melenas y abriendo pantalones ajustados a golpe de tijeretazos.

Carlos Rafael Rodríguez, uno de los funcionarios más astutos entre los seguidores de Fidel Castro, se reunía temprano con los alumnos de las escuelas de arte, semillero potencial de desórdenes sociales, y celebraba el aire de protesta de los hippies, sus guitarras y hasta el pelo largo en el seno del imperio, al mismo tiempo que reafirmaba la improcedencia de una actitud de ese tipo en Cuba, donde casi todas las contradicciones estaban resueltas.

Rodríguez llegó a decir que Castro era el ``protestante en jefe'', suerte de máximo hippie y que a partir de esa premisa cualquier queja de la juventud cubana no tenía sentido.

En los accesos de las escuelas se apostaban funcionarios y profesores voluntarios para no dejar entrar a quienes ostentaran unas pulgadas más de pelo o se enfundaran en estrechos pantalones.

La tradicional devoción de la juventud por las manifestaciones culturales de Estados Unidos, nada nuevo en Cuba, donde Presley y Paul Anka hicieron las delicias de muchos durante los años cincuenta, pasó definitivamente a la clandestinidad, impelidos por la intolerancia del socialismo criollo en franca imitación de sus iguales en Europa.

Los músicos de Woodstock fueron escuchados a escondidas en primitivos radios de batería capaces de sintonizar estaciones en Miami como WQAM o Arkansas y su legendaria KAAY con el programa nocturno Beaker Street, donde supimos de lo mejor del rock. Uno de ellos, Santana (sí el mismo del t-shirt con Ernesto Guevara durante una ceremonia televisada) fue expresamente prohibido por el gobierno revolucionario.

a contracultura en Estados Unidos obedeció a una época de grandes transformaciones sociales signadas por la guerra en Asia. Muchas de sus insospechadas derivaciones artísticas hoy forman parte del patrimonio cultural de la nación.

La injusta represión contra la cultura foránea en Cuba tuvo consecuencias nefastas y todavía se habla de diversionismo ideológico o desviaciones cuando los jóvenes miran hacia el norte, más allá del malecón, para sacudirse la letanía de cincuenta años de batallas de ideas, resistencia, patria o muerte y otros disparates de similar género.

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