Pedro de Hoyos
SIGLO XXI
Leo por encima, la cosa no da para más, las diferentes informaciones recibidas del concierto de juanes, bosés y victormanueles en Cuba. Eso sí, me paro a contemplar absorto un video grabado detrás del escenario, en el backstage que diría un amigo tremendamente cursi que tengo, en el que bosés y juanes aparecen maldiciendo y llorando, deshaciéndose en juramentos e imprecaciones por las presiones a las que fueron sometidos por las autoridades cubanas.
Los progres españoles son así, les están diciendo que aquello es una dictadura pero se encogen de hombros, sonríen y miran a otro lado llamando facha a todo el que no se les une. Y es que hay quienes disculpan a un asesino si es de izquierdas y quienes condenan a un columnista si no lo es. Y Fidel Castro (esto... ¿no debería haber dicho Raúl Castro? ¡Y qué más da!) es un dictador como la copa de un pino, pero que no les entra, oiga. Que no les entraba, quiero decir.
A la mayoría de los artistas españoles les va el régimen de la ceja enhiesta y creen que allá donde acudan todo seguirá siendo cachondeillo entre partisanos y compañeros de correrías, creen con candidez incorregible que la vida consiste en remar a favor de corriente, sempiternamente. Discriminan dictaduras según el dictador hable en nombre de las capas populares o de los obreros parias de la Tierra, según encierre a unos o a otros, según a quien torture.
Y se han presentado en Cuba con inocencia de adolescente que sale de casa decidido a lo que sea aunque tenga que ser con una puta. E inesperadamente allí se han tenido que curtir, ¿por primera vez en su vida?, batallando contra sus supuestos camaradas comunistas. Allí, en el backstage ese, fueron el llanto y el rechinar de dientes, la desesperación y las lágrimas, los lloros y las nauseas, los abrazos y los juramentos de amor, las respiraciones agitadas y los corazones acelerados. Juramentos de amor, sí, los de Bosé proclamando cómo habían cumplido todas y cada una de las exigencias del Régimen sin que por ello las autoridades soltaran su puño de hierro, sin que por ello la dictadura les permitiese la más leve holgura en la organización propuesta. Esta vez habían de remar contra la corriente. Muy sorprendentemente, al parecer.
Qué desesperación tienen que sentir estas gentes cuando descubren la verdadera cara de los que creían sus fraternales amigos, sus camaradas eternos, sus compañeros solidarios de viaje internacionalista y proletario. Qué sensación de fracaso cuando aquellos a los que pretendían homenajear son los encargados de vigilar férreamente la seriedad de su compromiso con la causa. Qué frustración han de sentir al comprobar en propia carne los atributos del régimen cubano, que sensación de ridículo cuando se vean a sí mismos humillados por los que creían sus camaradas.
By the way... Ahora que han descubierto la democracia cubana... ¿cuándo volverán de nuevo a La Habana? Aunque sea de incógnito, caramba.
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