Ruben Martinez Puente condecorado
por Fidel Castro
Entrevista al General de Division Ruben Martinez Puente,publicada en el Granma.
E\General de División Rubén Martínez Puente
Actuaron con honor
Al terminar la guerra de liberación, Rubén Martínez Puente no tenía la menor idea de lo que le deparaba el futuro. Si alguien le hubiera dicho que sería piloto y que llegaría a ser General de División, se habría echado a reír. Hombre extremadamente modesto, solo aspiraba volver a sus estudios en la escuela santiaguera de Artes y Oficios para terminar su carrera como electricista. Desde muy joven trabajó duro para ayudar a sus padres en el sostén de la casa. Entonces, tenía el pelo negro, era flaco como un fideo; ahora, cuando enseña las fotos de la época, no es fácil reconocerlo. Desde su graduación como piloto, en 1961, ha ocupado distintos cargos de mando en las unidades aéreas y fue sustituto del Ministro, Jefe de la DAAFAR. Actualmente es director de la Unión Agropecuaria Militar de las FAR. Sus padres siempre fueron comunistas. El papá era de los que cuando llovía en Moscú sacaba el paraguas en La Habana. Criado en un hogar revolucionario, le chocaba profundamente ver a los marines norteamericanos pasearse por Guantánamo como los dueños del país. Aquellas imágenes de los marineros borrachos detrás de las mujeres guantanameras, jamás se le han borrado de su mente. Quizás, sin que se percatara, esos bochornosos hechos fueron despertando su rebeldía y sus ansias de un cambio profundo en el país
LUIS BÁEZ
— ¿En qué trabajaban sus padres?
— Mi padre era cuadro profesional del Partido Socialista Popular (PSP). Durante algunos años, antes de la Revolución, fue primer secretario del Partido en Guantánamo. Mi madre era maestra normalista. Daba clases de español. También ella era militante.
Martínez Puente recibe la felicitación del Comandante en Jefe en la ceremonia de ascenso a General de División.
—¿En qué año llegaron a Guantánamo?
— En 1944. En plena Segunda Guerra Mundial. En esos momentos tenía 2 años. Mi padre contaba con mucha influencia en el movimiento campesino, sobre todo en las luchas del Realengo 18.
Él se llamaba Alfredo Martínez Calderín y mi madre Carmen Puente Coello. Somos cuatro hermanos: dos varones y dos hembras.
—¿Qué recuerdos tiene de sus padres?
— Mis padres eran gente muy humilde. Respetados, pero a la vez, no aceptados. Recuerdo que se decía que el PSP estaba pidiendo, siempre pidiendo dinero para la lucha revolucionaria.
Los militantes del Partido que conocí en Guantánamo eran en su mayoría obreros y campesinos. Todos de extracción humilde.
La lucha era fuerte, cruenta, y mi padre se destacaba fundamentalmente por dirigir las huelgas, guiar al proletariado y al campesinado en sus batallas por las conquistas sociales.
Junto a otros jefes militares y combatientes destacados, en la entrega por el Ministro de las FAR de una condecoración.
Dentro de la mayoría de los obreros ferroviarios guantanameros existía profunda conciencia de clase, al igual que en los campesinos del Realengo 18, que constituían una vanguardia.
En muchas ocasiones vi a mis padres en condiciones difíciles. En la casa solo entraba el sueldo de mamá que era de ciento diecinueve pesos. Ella le daba dinero a papá para que cotizara el Partido.
Eran unos estudiosos del marxismo-leninismo. Muy disciplinados. Las reuniones en el Partido eran muy críticas.
En varias oportunidades mi padre fue detenido. La última vez, en Santiago de Cuba. Lo llevaron al Moncada.
—¿Qué pasó?
— Mi padre tenía un hermano, Leonides Martínez Calderín (Chin) —radica en Miami—, presidente de la caja de retiro de los choferes, persona de confianza del presidente del Senado, Anselmo Alliegro.
La familia le avisó a Chin, que vivía en La Habana, que el "Negro", mi padre, estaba preso y lo más probable era que lo mataran. Este se movió con sus amistades.
En el preciso momento en que lo sacaron del carro para asesinarlo (estaban por los alrededores de la refinería), por la planta de la perseguidora dieron la orden de que a ese hombre no se le podía tocar. Lo montaron nuevamente en el auto. Lo llevaron de regreso al Moncada y lo pusieron en libertad. Ahí es donde el Partido accedió a que subiera al II Frente Oriental Frank País.
—¿Qué actividades realizó en el II Frente?
—Se dedicó fundamentalmente a las cuestiones de la lucha campesina.
—¿Guarda un gran cariño hacia sus padres?
—A los dos. Mamá está jubilada. Papá ya murió. Él siempre tuvo una fe enorme en el socialismo. Extremadamente pro soviético. Tuvimos fuertes encontronazos, pero era un hombre honesto.
—¿Cómo era la vida en Guantánamo?
— Recuerdo que Guantánamo se llenaba de marines los fines de semana, fundamentalmente, sábado y domingo, que eran los días de franco. Llegaban en tren directamente de Caimanera.
Realmente para el marine era una fuga, un escape ir a Guantánamo.
Su diversión consistía en tomar ron, emborracharse, visitar los burdeles y saciar sus ansias de sexo.
En distintos momentos la gente del pueblo les cayó a pedradas a algunos marines que trataban de meterse en casa de mujeres decentes con la finalidad de forzarlas.
Ellos tenían el concepto de que Guantánamo completo era un burdel y que todas las mujeres eran prostitutas.
Hay que decir que en Guantánamo, a pesar de los pesares, muchas personas eran antimperialistas y no admitían este tipo de acciones, pero la policía protegía a los marines.
—¿Cómo fue su niñez?
— Aunque nací en Santiago de Cuba, el 15 de abril de 1942, me inscribieron en Guantánamo.
Allí pasé la niñez: la primaria, la secundaria. Aprendí a distinguir a los amigos de los enemigos.
Desde temprana edad comprendí la importancia del trabajo; limpié zapatos, vendí la revista Bohemia, laboré en una herrería, en una agencia de bicicletas. También fui distribuidor de una fábrica de galletas.
En los años cincuenta nos mudamos para Santiago de Cuba. Ahí simultaneando los estudios de electricidad en la escuela de Artes y Oficios, trabajé en un taller de refrigeración y hacía otras labores que me ayudaron a prepararme para el futuro.
—¿Usted militó en la Juventud Socialista?
— Sí. Cuando la guerra de Corea, 1952-1953, recogí firmas por la paz. Escribí en las paredes consignas tales como: "Yanquis go home" "Yanquis manos fuera de Corea", distribuí la Carta Semanal, participé en círculos de estudio. Desde muy joven tuve una educación comunista.
—¿Usted se alzó?
—Sí. Me fui por la libre.
—¿Por qué por la libre?
— La Juventud Socialista no me autorizó a alzarme. Hay que decir que no siempre el Partido estuvo de acuerdo conque sus militantes se fueran para las montañas, ni que los que estaban en su esfera de influencia se alzaran. Solo lo permitían cuando el cuadro ya estaba "quemado".
Hay que decir que durante un tiempo esa no fue la línea principal del Partido.
Se me fue poniendo la situación difícil en Santiago y decidí ir para las montañas a mediados de 1958.
Estuve esperando un tiempo. Me daban de largo. Me decían, "no te vuelvas loco, que si te cogen te van a matar". No obstante, dije que si en definitiva no me sacaban, me iba. Así lo hice.
—¿Quién le organizó la salida?
—Mi madre. Subí acompañado por un enlace que vino del II Frente. Posteriormente, mamá y una de mis hermanas también se alzaron.
En los días finales de la guerra, casi toda la familia estaba en las montañas.
—¿En qué momento conoció a Raúl Castro?
—Conocí al Ministro exactamente cuando llegué al II Frente. Al encontrarme con Raúl, me preguntó: "¿Para dónde tú quieres ir, qué tú quieres hacer?" Le respondí que quería ir para el frente.
Agarró un fusil Garand y me midió a la vez que me dijo: "Tú no ves que el fusil es más grande que tú". Entonces me mandó a trabajar en la planta central de radio del II Frente, en Puyán. Era un muchachito, tenía dieciséis años. Después me enviaron para el primer curso de Tumba 7.
—¿En qué consistía ese curso?
—Preparar a los maestros de las tropas. Era más bien formar a los futuros instructores políticos.
—¿Con qué grados terminó la guerra?
—Soldado. En el mes de junio de 1959 me ascendieron a Teniente.
—¿Cuáles son las primeras tareas que realizó después del triunfo revolucionario?
—Estando en Santiago de Cuba me mandaron un telegrama en que me ordenaban presentarme en Ciudad Libertad.
Al llegar, me incorporaron a la ayudantía de Raúl. En esa condición viajo a Chile en agosto de 1959. Posteriormente, comencé a estudiar para piloto.
—¿Tenía vocación de piloto?
—No. Mi vocación era ser ingeniero eléctrico. Era lo que había estudiado.
—¿Por qué se hizo piloto?
—Yo no me hice piloto, a mí me hicieron aviador. Estoy muy feliz que así haya sido.
—¿Cómo se produjo esa decisión?
—En agosto de 1959 Raúl me comunicó que había un curso de armamento en Bélgica. Me mandó a ver a Augusto Martínez Sánchez, en esos momentos ministro de Defensa. Al surgir un curso de pilotos en México es Raúl quien me sugiere que me incorpore al mismo, pues consideraba que tenía más perspectivas.
Me envió a entrevistarme con el capitán Víctor Pina que era su ayudante para cuestiones de la aviación. Ahí empezó mi carrera de piloto.
—¿Qué tiempo permaneció en México?
— Alrededor de ocho meses. Comencé el 2 de octubre de 1959. Volé en Ciudad México unas 70 horas. También estuve en Acapulco, donde me iba a especializar en aviación agrícola, lo que finalmente no fue posible.
—¿Cuál fue la causa?
— En el mes de mayo de 1960 me mandaron a buscar. A los treinta días de estar en La Habana, en unión de 11 compañeros, me enviaron a estudiar a Checoslovaquia. Este fue el primer grupo que se preparó en aviación reactiva en un país socialista.
—¿Cómo fue el viaje hacia Checoslovaquia?
— Partimos en junio de 1960. Me designaron al frente del grupo. Cuando aquello, llegar a Praga era un verdadero dolor de cabeza.
Antes de salir, Raúl me dio instrucciones de que no podía contactar con ninguna embajada, incluyendo la cubana. Me orientó ir a ver al Che, que ya era Presidente del Banco Nacional, para que nos diera el dinero para el viaje.
Fui a ver al Che, quien me entregó diez dólares per cápita. En total me dio ciento veinte dólares. Le dije que me parecía poco. Che me respondió que ese era un dinero de bolsillo, que todo lo demás estaba arreglado. Así partimos para España, primera escala en el recorrido.
Al llegar a Madrid nos encontramos que el personal del tránsito aéreo se encontraba en huelga. No pudimos seguir a París, que era nuestra siguiente escala.
De pronto nos dimos cuenta de que estábamos en Madrid doce personas con solo ciento veinte dólares en el bolsillo y que no podíamos acudir a nadie.
En el aeropuerto nos tropezamos con un buscavida de esos que deambulan por las terminales aéreas. En taxi, nos fuimos hasta el centro de la ciudad. Ese hombre nos llevó a un hotel de cinco estrellas. Al verlo, le planteo que no tenemos dinero para alojarnos en esa instalación.
No se me olvidará que el español puso una cara de angustia y exclamó: "¿Dónde he caído yo?". Se fue y nos dejó solos.
Con tan buena suerte que nos tropezamos con el cantante Pedrito Rico, al que habíamos conocido durante nuestra estancia en México. Uno de los compañeros lo abordó y le planteó la situación en que nos encontrábamos.
Rico nos remitió a una gallega que era dueña de una casa de huéspedes. Llegamos con todos los bultos. Le dijimos a la mujer quién nos enviaba. Ella me preguntó: "¿Ustedes son de Fidel o de Batista?". Le respondí: "De Fidel".
Aquella señora se emocionó. Nos abrazó y dijo que podíamos permanecer en su casa todo el tiempo que quisiéramos. Preparó una suculenta cena. Ahí permanecimos ocho días. Nos fuimos sin pagarle. Solo nos dijo: "Algún día me pagarán". Posteriormente, informamos de esa situación y la Embajada cubana en España saldó la deuda. Se acabó la huelga y partimos para Francia.
—¿Cómo les fue en París?
—Al llegar al aeropuerto, no había nadie esperándonos. Nos tropezamos con una persona que hablaba español. Le explicamos nuestra situación y nos aconsejó que fuéramos para la Ciudad Universitaria. Así lo hicimos.
Nos alojamos en una buhardilla en el albergue de Francia, que era el único que estaba vacío. Lo que le quedaba a cada compañero eran dos o tres dólares. Hacíamos una comida al día. Nos pusimos una dieta forzosa.
Ahí estuvimos cinco días sin contactar con nadie, sin realmente saber qué hacer.
Hasta que un día, cambiándome de ropa, se me cayó una tarjetica que me había dado Raúl dirigida al embajador de Checoslovaquia en Francia para que nos prestara cualquier tipo de ayuda.
A mí se me había olvidado la existencia de dicha notica. Me presenté con mi tarjeta en la Embajada Checa. Ahí mismo se acabaron todas nuestras vicisitudes. El embajador nos dio comida y dinero.
Antes de partir para Praga, el dinero que nos sobró lo repartimos entre cubanos que se encontraban estudiando en París.
Estando ya en Checoslovaquia recibimos la visita de Raúl y nos comentó que, en vista de la odisea que habíamos pasado, al segundo contingente que había viajado a Praga para incorporarse también a los estudios de piloto, se le había dado suficiente dinero.
Uno del grupo que estaba escuchando, aprovechó la ocasión para informarle que ellos también habían pasado tremenda odisea debido a que el jefe no quiso darles dinero, pues planteó que iba a ahorrarlo para donarlo para la compra de armas y aviones. Al escuchar eso, Raúl montó en cólera.
—¿Qué tiempo permaneció en Checoslovaquia?
—El curso duró dieciocho meses. Volé tres tipos de aviones: Z-126 de entrenamiento, el YAK-11 y el MIG-15, de construcción soviética.
—¿Qué sintió cuando se vio dentro de un avión a reacción?
—Si en el inicio no tuve vocación por la aviación, después me fue gustando y me gustó mucho más cuando tuve la oportunidad de montarme en un avión reactivo, que es una nave de mucha velocidad.
Me acabé de concientizar con mi nueva carrera cuando me enteré de lo de Girón.
—¿Por qué?
—Cuando Girón pedimos regresar. Ya había volado los aviones YAK-11. Nos respondieron que lo nuestro era seguir estudiando. "Cumplan su curso que lo de Girón lo resolvemos nosotros", fue la orden que recibimos.
A partir de ese momento, nuestra vida tuvo un contenido diferente. Ya la aviación se convirtió en una profesión muy importante para nosotros desde el punto de vista de la defensa de la Patria, y Girón nos enseñó a alcanzar la vocación que nos faltaba para ser pilotos.
Vimos que íbamos a ser necesarios para la Revolución. Posteriormente, esos conocimientos los pondríamos en práctica en Angola.
—¿Cuál fue su tarea principal en Angola?
—Mi función no era participar directamente en los combates, sino dirigir las fuerzas que intervenían, aunque en ocasiones tuve oportunidad de combatir.
Tengo muchos recuerdos agradables de Angola. Pienso que el más grato fue Cangamba.
—¿A qué se debió?
—Dirigí la aviación que participó en Cangamba. Fue una batalla de empecinamiento de la UNITA contra una Brigada FAPLA, donde se encontraba un grupo de cubanos.
La misión que tenía era evitar por todos los medios que esos cubanos cayeran en manos del enemigo. Fueron doce días de heroico enfrentamiento. Además de los pilotos, las Tropas Especiales y los tanquistas jugaron un papel fundamental.
Se movilizó todo lo que había en Angola para derrotar al enemigo. No se escatimaron fuerzas ni recursos.
Fueron muchas las operaciones victoriosas en que participamos. La mayoría ayudaron a salvar numerosas vidas y a obtener los objetivos que nos había planteado la dirección del país.
— También difíciles...
—Es cierto. Muchos. En una ocasión nuestras tropas combatían prácticamente cuerpo a cuerpo con las de la UNITA. Estaban tan cerca uno del otro, que el armamento que teníamos ya no era el más idóneo.
Teníamos bombas, pero las bombas en las condiciones de nuestros aviones eran inexactas, o sea, tienen mucho error y cuando ya se está combatiendo cuerpo a cuerpo, que se está a diez metros, se está a quince o veinte metros, ese armamento no es el más idóneo.
En esa situación, el Comandante en Jefe decidió que se enviaran aviones IL-62 con armamento más preciso: cohetes C-5 aire-tierra, que no teníamos. Cuando vi que llegaron esos cohetes les dije a los compañeros: "Ya ganamos la guerra".
—¿Por qué ese razonamiento?
—Porque ese era el armamento que necesitábamos. Así fue. Tan pronto comenzamos a emplearlo, logramos alejar al enemigo de nuestras líneas defensivas.
A partir de ese momento, el adversario no levantó más la cabeza. Le causamos gran cantidad de bajas y tuvieron que abandonar la escena del combate.
—¿Hubo momentos de tristeza?
—Sí. Especialmente cuando caía algún combatiente. No se me olvidará cuando en Cangamba murieron alrededor de quince compañeros, en medio de una feroz batalla contra la UNITA.
Cuando perdíamos, inclusive, pilotos que en Cuba habían sido movilizados, porque si algo nos faltó en Angola fueron pilotos de helicóptero, hubo necesidad de llamar al servicio a compañeros que estaban desmovilizados. Eran taquilleros de cine, abogados; trabajaban en diferentes tareas. Algunos habían participado en las operaciones de rescate en el ciclón Flora.
Estaban acostumbrados a volar los antiguos M-1 y M-4. Se les impartió un curso corto de helicópteros MI-8. Dos de ellos murieron: Policarpo Álvarez Pileta, una gente muy aguerrida, bueno, guapo, profesional, revolucionario, y Armando Galindo Bacallao, que cayó en una operación al este, en Luau, en enero de 1984.
Estos hombres jugaron un papel muy destacado y con el tiempo, algunos, ya en Cuba, se quedaron volando con nosotros.
—De igual modo existía la alegría.
—Es verdad. La victoria en Cangamba, las acciones de Cuito Cuanavale, acompañadas por una serie de acciones al sur y sureste de Cahama; y el golpe preciso de nuestra aviación en Calueque, fueron momentos de felicidad.
Pero el momento de mayor alegría fue cuando conocimos que los sudafricanos informaron que estaban en disposición de firmar la paz.
—¿Cómo se enteró de la noticia?
—Estábamos en La Habana en una reunión en el Ministerio de las Fuerzas Armadas: una ardua jornada de trabajo con el Comandante en Jefe, el Ministro, el Jefe del Estado Mayor General y otros jefes principales de las FAR. Ahí se le comunicó al Comandante en Jefe que Sudáfrica se retiraba incondicionalmente y estaba dispuesta a comenzar conversaciones.
—¿Qué no ha olvidado de esa noche?
—Nada se me ha olvidado. Serían las cuatro y treinta de la madrugada, cerca de las cinco, Fidel salió del salón donde estábamos reunidos. A los pocos minutos regresó y nos informó de la decisión del gobierno sudafricano.
Pronunció palabras muy emotivas, en una parte de su intervención comentó: "Los pilotos en Angola actuaron con honor". En esa frase del Comandante en Jefe estaba dicho todo para nosotros.
—¿Están nuestros pilotos bien preparados?
—Sí. Están muy bien preparados en la diversidad de máquinas que tripulan, desde los pilotos de transporte pasando por los de helicópteros, hasta los de la aviación reactiva, que es la más difícil de manipular. Están listos para emprender cualquier tarea que se les asigne.
Mantenemos una gama de pilotos que tienen ochocientas, mil y mil doscientas misiones de combate.
Esa experiencia se las dio Etiopía, se las dio Angola con el enfrentamiento, inclusive, a la aviación sudafricana.
En el momento en que tuvimos máquinas, a la altura de las que ellos poseían, les demostramos de lo que eran capaces nuestros hombres. No fueron pocas las naves sudafricanas derribadas por nuestros pilotos.
—¿Qué es lo más importante que tienen nuestros pilotos?
—La modestia, honestidad, el espíritu de sacrificio y, sobre todo, el corazón en el medio del pecho.
2 comments:
Yo nunca me enteré que la gente de UNITA tuvieran material para enfrentar aviones a reacción con cohetes aire-tierra. La valentía de los pilotos cubanos, su corazón en el medio del pecho y el honor quedó ampliamente demostrado al utilizar aviones avanzados en tecnología para derribar avionetas desarmadas. Yo lo hubiera considerado un acto de defensa del territorio si hubieran utilizados las cuatro bocas durante esas incursiones. Lo que cometieron fue un crimen que un piloto nazi con orgullo, nunca hubiera cometido.
Asi obran las Zabandijas asesinas,
escudadas tras la Mentira, la Decepcion y matando a Mansalva a Pueblos indefensos por alla: y por aca,Surrepticiosamente tal y como hizo su primo en Hialeah, saqueando a ese Pueblo Trabajador y Noble con la Maldad, el Fraude y la Avaricia personal, pero siempre imitando a su Tirano y Mentor: Fidel Castro Ruz.
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