Friday, April 1, 2011

Fantasmas del Pasado Haití: la vuelta del ex-dictador y el recuerdo del terremoto, en la atmósfera del vudú

Bueno, aqui la Iglesia del Cardenal Alomio-Alomino, describe con exactitud Haiti. Una pregunta: ?Por que no hace lo mismo con el regimen de la Habana, despues de todo, es mil veces mas terrible que el de Baby Doc en Haiti. ? ?Miedo o conveniencia? Responda usted. Juan Cuellar Tomado de Palabra Nueva -Cuba-
Fantasmas del Pasado Haití: la vuelta del ex-dictador y el recuerdo del terremoto, en la atmósfera del vudú tomado de Boletín Infories, número 187, 7 de febrero de 2011.
La vuelta de “Baby Doc” a Haití desentierra fantasmas del pasado en una de las repúblicas más desdichadas del planeta, según explicaba hace unos días el diario asturiano La Nueva España. En un artículo firmado por Luis M. Alonso leemos que en octubre de 1957, el mismo mes en que el primer satélite artificial de la historia, el “Sputnik I”, era puesto en órbita, François Duvalier juraba en Puerto Príncipe como presidente vitalicio de Haití. El “Sputnik” de los soviéticos tardaría tres meses en caer, pero Papa Doc trampeó la constitución y se mantuvo imponiendo el terror en una de las repúblicas más desdichadas de la Tierra hasta el día de su muerte, en 1971. Entonces lo sustituyó su retoño Jean-Claude Duvalier, conocido por Baby Doc, que siguió con la represión de su pueblo quince años más, hasta que una insurrección armada le obligó a abandonar el país y exiliarse en Francia, donde ha permanecido sin que el recuerdo de los miles de muertos y torturados a manos de la dinastía heredada de su padre le haya supuesto, que se sepa, grandes remordimientos de conciencia. Sólo el terrible tren de gastos de su primera mujer, Michèle Bennet, que dilapidó en lujo y ostentación gran parte de la fortuna saqueada a los haitianos, y la melancolía que asalta a los viejos tiranos, le llevaron en 2005 a anunciar su intención de volver a Haití para postularse a las elecciones presidenciales de 2006, por el Partido de la Unidad Nacional, y, un año más tarde, a pedir perdón por las atrocidades cometidas, en un discurso radiado. Entonces casi nadie le creyó, excepto los escasos nostálgicos y los supervivientes de los Leopards, la guardia pretoriana que fundó para dar el relevo a los sanguinarios tonton macoute del viejo Duvalier. Ahora, en compañía de su segunda esposa, ha regresado al país que saqueó para contribuir, según él, a la reconciliación nacional, o, probablemente, siguiendo el rastro del dinero de las ayudas internacionales después del devastador terremoto de enero de 2010. Se teme que después de él aterrice Jean Bertrand Aristide, el hombre en el que los haitianos confiaron creyendo que era la solución democrática y acabó haciendo trampas y reprimiendo a la población como el resto de los gobernantes opresores de la parte occidental de la isla bautizada como La Española. Papa Doc obtuvo su apodo del ejercicio de su profesión, la Medicina, en una campaña para combatir la propagación del tifus y la malaria en la Isla. No se le recuerda ninguna otra contribución higiénica. Una vez que ganó las elecciones frente a Louis Dejoie, un terrateniente que representaba a la minoría mulata dominante, tomó el control del ejército, reprimió a la oposición política y promovió el fraude electoral para perpetuarse en el poder. Luego diezmó los negocios recurriendo a la extorsión, el soborno y el robo; se apropió indebidamente de millones de dólares en ayuda exterior internacional, y por ahí fue amasando una fortuna. Para consolidarse todavía más en el poder creó a su alrededor un culto vudú de exaltación personal. En la clandestinidad más absoluta, no fueron pocos los que se preguntaron si el doctor estaba realmente cuerdo. Un ataque al corazón en 1959, supuestamente debido a una sobredosis de insulina –Duvalier era diabético– lo dejó inconsciente durante nueve horas. Algunos creen que desde entonces su salud mental se vio afectada por el daño neurológico sufrido en esos momentos. El caso es que los años que siguieron hasta su muerte estuvieron marcados por la paranoia y los delirios. En una ocasión, ordenó que le entregasen la cabeza entre hielo de un rebelde ejecutado para poder comunicarse con el espíritu del muerto. A veces se presentaba como el elegido de Jesucristo para guiar al pueblo haitiano. El novelista que mejor supo recrear todo aquel mundo zombi de Papa Doc y de su policía personal, los tonton macoute, fue Graham Greene en Los comediantes. La atmósfera opresiva y fantasmagórica del hotel Trianon, inspirada en el extravagante hotel Oloffson de Puerto Príncipe, fue también llevada al cine en 1967 por Peter Glenvile, en una película protagonizada por Richard Burton, Elizabeth Taylor, Alec Guinness y Peter Ustinov. El libro le gustó tan poco a Duvalier que el tirano organizó toda una campaña de desprestigio en su contra. Incluso ordenó publicar un folleto titulado Graham Greene, desenmascarado, en el que el escritor británico autor de El tercer hombre era tratado de “mentiroso”, “cretino”, “sádico”, “pervertido”, “ignorante”, “espía”, “drogadicto” y “torturador”. A propósito de ello, Greene diría: “El último epíteto siempre me desconcertó un poco”. Un dictador con faceta de brujo La llegada de Baby Doc –el hijo de Duvalier– a Haití fue la gran noticia de la semana anterior. Se suponía que los Duvalier no eran más que una deplorable leyenda en este atormentado país, pero el regreso del hijo de “Papa Doc” reinstala las pesadillas del régimen que ellos encarnaron durante tres décadas. Lo leemos en el Editorial que le ha dedicado el diario argentino El Litoral a este tema, titulado “Haití y la sombra de los Duvalier”. Los Duvalier gobernaron Haití desde 1957 hasta 1981. Cuando Francois Duvalier llegó al poder, ese país ya era uno de los más pobres de América. Cuando su hijo, el ridículo Baby Doc, huyó en 1986, el país era mucho más pobre e injusto. El número de muertos por la represión de esa familia superó los 30 mil. También en miles se cuenta el número de exiliados y perseguidos políticos. La dinastía de los Duvalier fue una de las más siniestras en un continente que se distinguió por sus dictaduras bana-neras. Al despotismo grotesco, la corrupción, el asesinato sistemático de los opositores, le añadió la manipulación religiosa. Duvalier se presentó ante la sociedad no sólo como “Papa Doc”, sino también como un brujo capaz de revelar los inescrutables secretos del vudú, la “religión” sincrética de los haitianos. Aliado político de Trujillo y enemigo jurado de los Kennedy, de quienes se atribuyó su muerte, fundó una monarquía de hecho y, a su muerte, lo sucedió su hijo de 19 años, quien mantuvo intactas las estructuras represivas del régimen y muy en particular a los famosos tonton macoutes, una suerte de “camisas negras” caribeños de esta dinastía que confesaba admirar a Benito Mussolini. Durante 25 años, Baby Doc vivió un dorado exilio francés. Se fugó de la nación con una fortuna que derrochó durante largos años. Ahora, su retorno confunde a los observadores. Entre tanto, el país atraviesa por una de sus habituales crisis, ya que al terremoto de hace un año se le sumaron la peste de tifus y, recientemente, un proceso electoral impugnado por fraude. Haití es, de hecho, un país ocupado por la OEA desde hace casi un año y, para más de un analista, encarna el paradigma de lo que se considera una nación inviable. Está claro que la llegada de Duvalier a Puerto Príncipe no resuelve los problemas; por el contrario, puede agravarlos. Hasta hoy, las imputaciones que se le han hecho por los robos y crímenes perpetrados en su momento no han prosperado. Ahora goza de libertad bajo fianza, pero sería deseable que respondiera por los delitos –algunos de lesa humanidad– cometidos mientras ejerció el poder. En Haití, todas las irregularidades son posibles, y la llegada de Duvalier no hace más que sumar incertidumbre y congoja a una nación postrada por las desgracias causadas por la naturaleza y sus incompetentes clases dirigentes. Los Duvalier encarnan, pero no agotan, el perfil dirigencial que hundió al país. Mientras tanto, su presencia en la Isla empeora el pronóstico. Rituales vudú en recuerdo de las víctimas del terremoto Marca el reloj las 16.53 horas del 12 de enero de 2011. Un cortejo precedido por una cruz parroquial y un incensario portados por monaguillos vestidos de blanco impoluto entra por un cancelín lateral del principal cementerio de Puerto Príncipe. Llevan un pequeño ataúd blanco al tiempo que entonan cánticos religiosos, se dirigen a un nicho por entre callejones de tumbas y un operario procede a introducirlo y cerrar el hueco con cemento. Entre ellos, dos franciscanos. ¿Quién va dentro de esa caja? ¿Por qué lo entierran el mismo día y a la misma hora a la que se conmemora el devastador terremoto de 2010? Uno de los asistentes aclara el misterio. En el féretro, según relata el diario español ABC, no va nadie y no es un entierro al uso. Lo que llevan dentro es un centenar de fotografías y los nombres de 200 o 300 de los fallecidos en el seísmo. Participan en el acto vecinos de la capilla de San Alejandro que así dan sepultura de manera simbólica a los seres queridos que no tuvieron un funeral porque no fueron localizados entre los escombros o porque no fueron identificados. Fray Emmanuel, de México, dice que son “miles” los muertos en el barrio. A una decena de metros se halla el lugar donde fueron enterrados varios miles de víctimas del siniestro en una fosa común. Un artista local da los últimos toques en vivos colores a un mural conmemorativo donde aparecen, entre otros asuntos, las víctimas, los gobernantes y el dinero. Mientras, allí mismo una veintena de personas encienden velas y se van animando al ritmo del ron según se va yendo el sol entre las cruces de los sepulcros y los panteones. Algunos apenas aparentan la mayoría de edad, otros tienen aspecto rastafari y los hay también entraditos en años. Especialmente los jóvenes, bailan, cantan y conversan alrededor de un par de ladrillos en los que han depositado las velas. Casi todos beben de unas cuantas botellas que van de mano en mano. Se encuentran sobre la plataforma de hormigón que cierra la fosa común. El pintor del mural sigue a lo suyo. Unos cuantos pasillos de tumbas más allá hay una cruz grande pintada de negro sobre la que vierten el líquido viscoso de una botella. A continuación danzan y canturrean en grupo hasta que una chica de unos treinta años se queda sola como fuera de sí, tambaleándose en círculos, gesticulando con el rostro, contoneándose y levantando la pierna estilo Bruce Lee. Todo forma parte de un ritual vudú, señala uno de los haitianos presentes, que continúa desarrollándose cuando, siendo ya noche cerrada, el reportero abandona el cementerio. Nada de lo observado tiene que ver con el minuto de silencio anunciado por las autoridades para las 16.53 horas, pero los presentes dan por buena esta forma de honrar a los que se fueron con el terremoto.

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