Juan Cuellar
El fuego no me dicta rosas
Entrelazamientos entre el entendimiento y el corazón, la verdad y la mentira, las mitificaciones y los rebajamientos conscientes (casi siempre venenosos). por Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal
Porque va borrando el agua Lo que va dictando el fuego. Sor Juana Inés de la Cruz. 1. Las personas nos comunicamos por medio del lenguaje, integrado fundamentalmente por las palabras, orales y escritas, y por los gestos con significación propia que, a menudo, suplen o enriquecen las otras formas de lenguaje. Sabemos que los animales tienen sus medios de comunicación y el Dios único –Padre, Hijo y Espíritu Santo– también los tiene. Pero en este texto me voy a referir solamente a la comunicación entre las personas humanas. Quizás en otra ocasión –ya lo he hecho en más de un contexto– me referiré a la comunicación de Dios con los hombres, pero hoy no. Hoy, insisto, me limito a la esfera humana. 2. Comunicarnos es uno de los atributos que considero esenciales o sustanciales en la persona. Y por serlo, la persona no puede dejar de asumirlo con un altísimo sentido de responsabilidad. La experiencia, la reflexión, el estudio, la convivencia con los demás, etc. pueden enseñarnos, a lo largo de la vida, a ser buenos comunicadores; a comunicar lo más exactamente posible lo que queremos y, muchas veces, debemos comunicar. De nuestra ética dependerá que seamos honestos comunicadores o no: transmisores de la verdad en la medida en que nos es posible alcanzarla, o transmisores de falsedades, sea por irreflexión sea por maldad. Esto último equivale, casi siempre a la calumnia, sobre la que escribí hace años con una cierta abundancia. 3. En asuntos de puro conocimiento científico, filosófico, literario, etc., sea en uno, sea en otro dominio de estas disciplinas, debemos informarnos muy bien antes de pronunciarnos y, en todo caso, no deberíamos dejar de aclarar, siempre, si se trata de algo que conocemos muy bien o no. La regla de oro está, como siempre, en la humildad. No abundo en ejemplos porque todos conocemos casos de personas que se expresan categóricamente sobre Astronomía, Botánica, Medicina, Literatura, Historia, etc. como si tuvieran grados académicos de las más notables universidades acerca de los temas en cuestión. Suelen ser detectados en sus apreciaciones erróneas bastante pronto y, en general, el mayor dañado es el mismo sujeto que hace el ridículo de aparentar ser sabidillo. 4. Se dan situaciones también un tanto risibles y más frecuentes en los sujetos que gustan de ensalzar sin límites, y de negar la posibilidad de toda sombra, por tenue que esta sea, en personajes que admiran y por una u otra razón quieren mucho. Algunos políticos con su leader, algunos católicos con su obispo o con el Papa, los fanáticos de un arte o de un deporte, con sus “estrellas”, etc. Se trata de una mitificación, no tan dañina como ridícula. Generalmente, el correr del tiempo, vivido con atención, ayuda corregir estas mitificaciones en el que las hace y en los que las escuchan. 5. Por el contrario, no faltan personas que tienden a disminuir méritos y a subrayar defectos. No hablo todavía de la calumnia mentirosa –gravemente pecaminosa–, sino de los que por malos humores, por prejuicios, por envidiejas baratas, etc. hacen todo lo posible por disminuir de un pedestal a alguien que no les simpatiza, o creen que les hace sombra y desean mantenerlo fuera de todo protagonismo deslumbrante, en un nivel humilde, carente de las realidades admirables que muchos, sin embargo, reconocen. La vida me ha enseñado que, aquí también, el correr del tiempo y la atención de los “espectadores” colocan las cosas en su lugar y los mezquinos suelen terminar con el rabo entre las piernas. 6. En esta serie de actitudes, la más negativa es la mentira consciente en todas sus formas, pero la más dañina es sin duda, la calumnia. Sobre todo si se trata de materia grave. Lamentablemente, he conocido en mi no corta vida muchos casos de calumnias graves, incluso en mi propia familia y también en la Iglesia. Solo hombres y mujeres muy fuertes, sean sacerdotes, religiosos o laicos, espiritual y psíquicamente son capaces de encarar calumnias graves, con dolor inefable, pero sin derrumbamientos irremediables. Estos también los he conocido, los derrumbamientos irremediables, los que se acarrean hasta la muerte y solamente Allá, en la otra orilla de la vida, habrán recibido la merecida clarificación. 7. En algunos casos y con relación a calumniadores a los que se les sale el refajo de la maldad, me explico el fenómeno, el más repugnante que conozco en las relaciones humanas. Pero en ocasiones no me resulta todo tan claro. Se trata de personas que no han dado signos de esa maldad. ¿Por qué, entonces, tratan de destruir famas sin remedio posible, porque arrepentimiento no van a manifestar? No conozco a nadie que se haya autoacusado como calumniador perverso. En el mejor de los casos tratan de borrar la mancha con gestos de bondad ambigua, las dudas siempre quedan y la víctima carga con las consecuencias de las ambigüedades que le arrojaron. ¿Por qué, por qué hay quienes proceden así, a conciencia? Sé que la maldad existe. El pecado es un signo u otro nombre de ella, pero… ¿por qué? Hay cosas que se podrían “explicar” por envidias no resueltas, por equívocos, pero no me resultan suficientes. 8. ¿Por qué hay quienes disfrutan morbosamente de un anónimo sucio y acusador y más aún si logran difundirlo? ¿O de comentarios hechos a boca entrecerrada, de insinuaciones malvadas? Las malas interpretaciones de cualquier cosa, podría haber buenas interpretaciones del hecho no bien conocido, pero hay quienes inevitablemente eligen la interpretación mala. Y de ello hasta presumen: “A mí sí que no me engañan con carantoñas; no se me tupe fácilmente… yo me doy cuenta de todo lo malo”. Piensa mal y acertarás y piensa peor y acertarás mejor” parece ser su lema cotidiano. La lista de preguntas y consideraciones análogas que me hago y sin duda mi lectores también se hacen, podría ser muy larga, pero creo que lo ya escrito es suficiente para tener el cuadro al que me refiero. 9. A veces no me queda más remedio que acudir a deficiencias genéticas, o a “malacrianzas” educacionales para entender, sea sólo parcialmente, semejante morbo. Una inteligencia cultivada, amplia y un corazón limpio y de carne –al estilo de los profetas–, una buena dosis de humildad y de apertura generosa al otro, tal cual es, no pueden entrelazarse sino con flores y frutos de bondad, limpios de todos los mohos apestosos. Casi todos quisiéramos ser muchas cosas buenas, pero no todas nos son posibles. Nadie las reúne todas y cuando nos damos cuenta de ello, nos alegramos cada vez que las descubrimos en otros. Quisiéramos estar limpios de todos los virus malos, pero algunos irremediablemente nos caen; en realidad, quisiéramos que todos los hombres y mujeres del mundo estuvieran siempre limpios de todos los virus malos, pero parece que esto tampoco es posible y nos alegramos entonces de compartir humildemente las cotidianas enfermedades y limitaciones, de aliviarlas en nosotros y en los demás con las realidades pobres a nuestro alcance: un fruto jugoso puede se tan refrescante y un te humeante puede siempre estimular. El agua borra algunas cosas, no todas, pero casi siempre fecunda y refresca: el fuego no me dicta rosas… El fuego siempre quema y hiere. Hasta puede llevar a la muerte y, al menos, deja muy feas cicatrices. ¡Muy pero que muy feas!
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