Tuesday, August 20, 2013

Desde Nuevo Accion: “EL DURO OFICIO DEL EXILIO”


Por Frank Escobar

 “La crueldad más refinada encontró en el destierro el castigo perfecto” Carlos Ripoll 

Este 17 de Agosto una gran cubana a quien me unen lazos que ya no son de este mundo cumplió sus venerables sesenta y los cumplió muy bien y en honor a ella en este día y respetando su silencio voluntario muy cercano a Fray Luis de León – “lejos del mundanal ruido”… “ni envidiado ni envidioso”- hablaré de uno de sus temas viscerales utilizando como título uno de sus libros favoritos. 
El Padre Félix Varela Morales – a pesar de su titánica labor misionera en los Estados Unidos-no dejó nunca de pensar en Cuba y de sus sentimientos dan fe las páginas de “El Habanero”. José María Heredia, con una brillante carrera política y literaria en Méjico y los Estados Unidos, no tuvo reparos en humillarse ante el déspota Miguel  Tacón—el  mismo capitán general que condenó al destierro a José Antonio Saco—rogó para que le permitieran entrar en Cuba por la puerta de la cocina justo antes de morir. José Martí regresó por la puerta grande a su patria para morir de frente porque no soportaba más exilio. “No me acostumbro al exilio, el oficio más difícil del mundo”,  inmortalizó el poeta turco Nazim Hitmet.
Por supuesto que no todos los cubanos que viven aquí son exiliados. Como muchos residentes hoy en la isla tampoco merecen llamarse cubanos. La cubanidad no es ni una condición geográfica ni un atributo legal. Tampoco sirve de cueva al nacionalismo chauvinista. La cubanidad es la manifestación más plena de nuestro patriotismo en la lucha perenne por la libertad y la felicidad de todos los cubanos. No es sensiblería ni amor ridículo, ni se vende como etnografía barata, ni sirve de justificación para promover nostalgia a precio de “”pulguero”. Pero por sobre todas las cosas no puede ser una abstracción que facilite la esclavización de un pueblo por parte de un régimen que manipula la soberanía a su antojo para mantenerse en el poder a fuerza de látigo.
El destierro también nos ha enseñado a valorar lo que teníamos y también lo que perdimos. Decía el Profeta Jeremías que el pueblo de Israel necesitó el destierro para purificarse en el sufrimiento y convertirse en el pueblo elegido por Dios. En el exilio hemos valorado cabalmente la belleza de nuestra tierra, la bondad de nuestro clima, la exuberancia de nuestra naturaleza, la cercanía de nuestros seres queridos cuyos restos permanecen sepultados en la isla, la importancia de nuestra cultura y la recuperación de nuestra memoria histórica.
En mis casi veinte años de exilio no he dejado de soñar con Cuba un instante. ¡Cuantas cosas he aprendido en el transcurso de mi vida que aquí no me han servido para nada! ¿Qué puede hacer una tradición católica milenaria y una cultura y civilización céltico-visigótica y africana en medio del país de la modernidad y la tecnología con una esencia anglosajona y calvinista?
El escritor Edmundo Desnoes –que tuvo varios exilios- decía que los anglosajones pertenecen a una cultura donde se habla poco y se hace mucho y que nosotros, que somos completamente diferentes, pertenecemos a una donde se habla y se  hace lo contrario, pero que irremediablemente estamos atados a nuestra cultura y no podemos cambiarla. En cambio el académico, diplomático, internacionalista y miembro de la Cámara de los Lores, Hugh Thomas, Barón de Swynnerton consideraba en 1959 que Cuba era uno de los pocos países latinoamericanos con una cultura propia.
Cuba como resultado de su fatalismo geográfico estuvo siempre bajo la esfera geopolítica de las grandes potencias: España, Inglaterra, Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo en 50 años de república se mostraba un país moderno y agradable, con un tercer lugar para América Latina en los índices socioeconómicos más importantes.
Pero los exilios no pueden ser demasiado largos porque la cadena cronológica y generacional se rompe y el vínculo desaparece y todo se pierde como cuando explota una estrella.
A pesar de este destierro interminable, de las traiciones, de la desidia que día a día nos infecta, doy gracias a Dios por permitirme compartir estos años de separaciones y nostalgias con cubanos—planos y vivos por muchos años como Ariadna  que cumple hoy sus seis grandes—pero también con los que no están, esos cubanos grandes que han honrado nuestro exilio y que poco a poco nos han ido dejando solos.
A tres de ellos: Agustín Tamargo, Carlos Ripoll y Juan Clark, que emprendieron el viaje recientemente, con el corazón acongojado por la inmovilidad del castrismo, la complicidad del establishment americano y la inercia irresoluta de un pueblo antes heroico que ha devenido en plebe electorera y conformista,  dedico este ” Lamento cubano” de Guillermo Portabales.
“¡Oh! Cuba hermosa, primorosa,
¿por qué sufres hoy
tanto quebranto?
¡Oh! Patria mía,
¡quién diría
que tu cielo azul
nublara el llanto!
¡Oh! En el susurro del palmar
se oye el eco resonar
de una voz de dolor
que al amor llama?
¡Oh! Al contemplar
tu ardiente sol,
tus campos llenos de verdor,
pienso en el tiempo aquel
que se fue Cuba?
¡Oh! Cuba hermosa, primorosa,
¿por qué sufres hoy
tanto quebranto?”

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