El 50 aniversario de Industriales debió empezar en Cuba, con gente como 'El Duque' Hernández, Kendrys Morales o Yunel Escobar en el terreno de juego. ¿Lo habrían soportado los Castro?
Si algo une a los cubanos es la pasión por la pelota, el deporte nacional. Antes que Fidel Castro ocupara la silla presidencial a punta de carabina, los fanáticos seguían cada año una Liga Profesional de Béisbol de mucho calibre.
Cuatro clubes, Habana, Almendares, Marianao y Cienfuegos, discutían el gallardete en reñida porfía. Cuando el barbudo abolió el béisbol profesional, cientos de peloteros se vieron obligados a marcharse del país.
La pelota era lo suyo. Decidieron probar suerte en la gran carpa de Estados Unidos. Hicieron las maletas talentosos jugadores como Orlando el Guajiro Peña, Luis Tiant, Camilo Pascual, Orestes Miñoso, Tony Oliva y Atanasio Pérez, el temido toletero del central Violeta, entre otros.
La revolución los dejó sin empleo. Abrió el portón de caña para que se fueran. Creó un béisbol aficionado donde los peloteros juegan todo el año, igual que los profesionales, pero cobrando salarios de obreros.
Según la propaganda oficial "era el triunfo de la pelota libre sobre la pelota esclava". Las estructuras nacionales dieron un vuelco de 180 grados. A tono con el huracán de transformaciones, y a partir de una idea del tenebroso argentino Che Guevara, surge el equipo Industriales.
Por su color azul, los aficionados lo vieron como una extensión del otrora club Almendares. Debutó en los clásicos nacionales en 1963. Comenzaron entonces a tejer una leyenda. A no dudarlo, hoy es la novena insignia del béisbol cubano.
Los Industriales tiene seguidores a lo largo de todo el archipiélago. También detractores. Unos quieren verlos ganar. Otros disfrutan con sus derrotas. Desde que el mítico manager Ramón Carneado ganara cuatro campeonatos en fila, los azules han escrito páginas de gloria en el mapa beisbolero local.
Deportivamente hablando siempre son noticia. Por su calidad, sus triunfos o sus fracasos. La mayoría de los seguidores de Industriales han nacido en La Habana. Es un símbolo de la ciudad, como el Malecón, la Giraldilla o el faro del Morro.
Durante de un permanente éxodo en el que cerca de dos millones de cubanos se han marchado del país por razones políticas, familiares o económicas —pero sobre todo porque sentían que no tenían futuro en la Isla—, muchos habaneros se han llevado, entre sus vivencias infantiles, el amor por Industriales. Residan en Miami, Madrid, Caracas o México DF, continúan hoy siguiendo el desempeño de su equipo.
Cualquier capitalino que se precie se ha sentado en la grada de tercera (la de primera es para los rivales) del viejo estadio del Cerro. Industriales es una novena capaz de lo mejor o lo peor. Cuando todos dan un partido por perdido, remonta marcadores adversos. Los contrarios le temen cuando se clasifican para los play-offs finales.
También, es cierto, en determinadas temporadas han desilusionado a sus fans por no saber ganar, pese a tener una nómina repleta de luminarias. Desde 1991, Industriales es el equipo del cual más jugadores se han fugado hacia EEUU o terceros países.
Antes se marcharon peloteros sobrados como Manuel Hurtado, Rolando Pastor o Bárbaro Garvey. Pero de 1991 a la fecha, casi 200 peloteros de la escuadra azul o integrantes de la selección juvenil habanera, prefirieron ser deportistas libres, ganar salarios decorosos —algunos de seis ceros— y administrar sus finanzas sin la injerencia gubernamental.
Industriales es más que béisbol. No es descabellado establecer un puente entre varias generaciones de jugadores que militaron en el mejor equipo de Cuba. A varios fanáticos consultados, les parece excelente idea que topen y confraternicen peloteros azules, en activo o retirados, que viven en las dos orillas: la Isla y Miami.
Solo discrepan en un punto. Los juegos se debieron efectuar primero en el Latinoamericano, la casa de Industriales. Y luego trasladarse a la Florida.
Con toda seguridad, el viejo estadio del Cerro se llenaría hasta la bandera por ver de nuevo a Orlando el Duque Hernández, Agustín Marquetti, Euclides Rojas, Manuel Hurtado o René Arocha. También si a los actos por el 50 aniversario de Industriales se invitara al fabuloso Kendrys Morales, a Yunel Escobar y a Yadel Martí.
Lo que se concibió como un proyecto para tender puentes, se ha visto opacado por este descuido, quizás no calculado, de sus gestores. Aunque se debe subrayar que los medios oficiales en la Isla no se han hecho ningún eco de ese viaje de diez exjugadores industrialistas a Miami.
Tampoco se puede olvidar el pasado. La inclusión en la expedición del ex segunda base Juan Padilla y del ex jardinero central Javier Méndez ha levantado ronchas, sobre todo en Miami. La pelota es un deporte, pero lo acontecido en el marco de los Juegos Panamericanos de Winnipeg 1999 no se puede olvidar.
La golpiza propinada por Padilla, Méndez y Ariel Pestano, receptor de Villa Clara, al exiliado cubano Diego Tintorero, por expresar en el terreno sus ideas, va contra los principios deportivos.
Hoy es frecuente ver en el mundo espontáneos saltar al césped o la cancha por motivos diversos, algunos de corte político. Nunca los jugadores se involucran o toman la justicia por sus manos. Para eso están los cuerpos de seguridad de los estadios e instalaciones deportivas.
Padilla y Méndez no debieron formar parte de la comitiva de Industriales a Estados Unidos. Su presencia es una franca provocación. Es difícil no leerla así. Y su actitud tampoco ha ayudado a aliviar las tensiones. Con una disculpa de los dos a Tintorero se hubiera intentado pasar página.
Los Castro y sus amanuenses suelen tildar de recalcitrantes a un sector del exilio cubano en Miami. La autocracia verde olivo aprovecha esas descalificaciones en un intento por vender una imagen ajena a la realidad que se vive en Cuba, donde prima la censura y la represión a disidentes.
Músicos, artistas, intelectuales y académicos, fieles o no al régimen, viajan y actúan en la otra orilla desde 1995.
Todavía los cubanos estamos esperando que Willy Chirino o Gloria Estefan se den una vuelta por La Habana. El régimen habla de reunificación familiar y de tender puentes. Pero solo en una dirección.