Provoca escalofríos saber que el líder histórico de la revolución cubana hace ¿investigaciones? sobre diferentes cultivos para mejorar la alimentación del pueblo cubano.
No quiero ser pájaro de mal agüero. Pero revisando los ‘experimentos’ de Castro en 52 años de gobierno verde olivo, no tropecé con ninguno que fuese exitoso.
Repasemos la historia. Dejemos a un lado sus ensayos sociales, militares o políticos. Que también son para editar una colección. Olvidémonos de aquella locura de diseñar ‘in vitro’ la sociedad comunista teniendo como prueba piloto el poblado de San Julián, Pinar del Río.
Soslayemos sus manías belicosas de dirigir, a 10 mil kilómetros de distancia, el teatro de operaciones de la guerra civil en Angola. Desde una mansión en Nuevo Vedado, sentado en una poltrona de cuero negro, puntero en mano, frente a una descomunal maqueta repleta de soldaditos de plomo y cañones de hojalatas. Y como un vulgar bodeguero, ordenar el reparto de caramelos, helados y bombones a las tropas.
Pasemos por alto sus promesas de que en el año 2000 íbamos a tener una industria al nivel de Estados Unidos. Aún se escuchan las masas enardecidas, crédulas y fieles, aplaudiendo a rabiar en una de las tantas plazas públicas edificadas para dar sus discursos. Eso sí es un logro personal de Castro: a día de hoy,  Cuba es uno de los países del planeta con más plazas para actos políticos por kilómetro cuadrado.
El padrecito de la patria nos embarcó también en feroces campañas mediáticas contra la deuda externa en América Latina, allá por la década de los 80. Decía que tanto apuro financiero le pasaría la cuenta al continente.
Y que del tercer mundo aterrizaríamos en el cuarto. Se equivocó. Ahora mismo, Latinoamérica crece y Brasil y Argentina, quién lo iba decir, comandante, estudian la opción de prestar dinero para rescatar a las tambaleantes economías europeas.
La que no despega es Cuba. Su lista de promesas incumplidas es larga. Una noche de pachanga revolucionaria en el teatro Karl Marx, luego de pasarse un dedo por la boca, mirar al techo raso y sacar cuentas, Castro prometió que cada año se construirían 100 mil viviendas.
Una tropa de intelectuales, ingenieros y entrenadores de judo que nunca en su vida habían cogido una cuchara de albañil, por decreto fueron convertidos en constructores, para que edificaran sus propias casas. Y las de otros.
Saltemos las chapuzas y el diseño de espanto de esos edificios. No era cuestión de estilo. Era pura necesidad. En los centros laborales, el  sindicato y el partido otorgaban los apartamentos a los más leales, en reuniones comparables a una gresca entre leones en la selva africana.
Se podría pensar que somos muy exigentes con este anciano de 85 años. Al fin y al cabo, cualquiera se equivoca.
Pero el ex presidente ha metido la pata demasiadas veces. En todos los campos. El más doloroso ha sido en el alimentario. Una noche en vela, allá por 1964, trajo de Francia al agrónomo André Voisin, para que en la isla implementara sus nuevos conceptos sobre la agricultura y el cruce de razas ganaderas.
Después dijo que el ‘franchute’ sabía menos que él. Y lo envió de vuelta a casa. Como siempre, él puso las reglas de juego. Mandó a construir vaquerías con aire acondicionado en el Valle de Picadura, en las afueras de La Habana, y aseguró que comeríamos tanta carne de res que padeceríamos de gota.
Y que tendríamos malangas, frutas, hortalizas… Y plátano microjet. Editó libros de recetas ecuatorianas de cocina, para que las amas de casa cubanas le sacaran partido al plátano y no sólo lo prepararan en fufú (puré), mariquitas (banana chips) y tostones.
Con el río de leche sobrante, luego de exportar unas cuantas miles de toneladas, elaboraríamos quesos Camembert y Gruyere de tanta calidad, que Francia y Suiza palidecerían de envidia.
Del azúcar, otrora orgullo nacional, fue su sepulturero. El principio del fin de una tradición secular la inició el comandante en 1969-70, con su zafra de los 10 millones y la introducción de nuevas y “más resistentes variedades de caña”.
Total, que en este siglo 21, a ratos compramos azúcar en el extranjero. Y para acabar de ponerle la tapa al pomo, ni siquiera se aprovechan las numerosas cualidades de la caña y sus derivados. Los muebles de bagazo que se venden por moneda dura se importan de Brasil.
El café fue otro de sus antojos. Miles de habaneros sembraron  café caturra a lo largo y ancho de la capital. Junto al aire fresco, se nos colaría el olor de una colada de café fuerte y dulce, decían los optimistas dirigentes locales.
Sí, hoy el cubano promedio desayuna café. Pero ligado con chícharos. Las deprimidas arcas estatales no se pueden dar el lujo de gastar 40 millones de dólares en importar un grano mejor.
Por tanto, se aplicó la tijera fiscal. Para el pueblo, claro. Los funcionarios en sus oficinas tienen termos con café de calidad superior. También toman buen café quienes pueden comprarlo en las shoppings (tiendas recaudadoras de divisas).
Cuando en 1990 comenzó esa etapa negra que todavía flota en el aire de la república, conocida como ‘período especial en tiempos de paz’ -en realidad una guerra sin el tronar de cañones- se abrió la gaveta de ‘soluciones alimentarias’ del barbudo.
Fueron años duros. Los cubanos pasaban hambre y caían en la cama con neuritis óptica. Los viejos tomaban té con hojas de naranja o toronja. A los de presión baja, como mi abuela, les  daban vahídos y tenían que acostarse.
Por la libreta de racionamiento, comenzaron a ser vendidos  bodrios alimenticios que sabían a rayo, bautizados con ‘originales’ nombres. Picadillo de soya.  Masa cárnica. Fricandel. Pasta de oca. Perros sin tripa. Cerelac. La invasión al paladar continuó con el yogurt de soya y el chocolatín.
Cuando en la noche del 31 de julio de 2006 el secretario personal de Fidel Castro, Carlos Valenciaga (¿dónde estás, Carlitos?), con cara fúnebre anunció que su jefe se retiraba, muchos pensaron que los experimentos habían llegado a su fin.
Pero no. El incombustible líder reapareció con sus monsergas y pronósticos. Profetizó que el mundo se acabaría producto de una guerra mundial. No tardó en entrar al trapo. En lo que le gusta. El asunto de la jama (alimentación).
Y ahora se nos apea diciendo que investiga seriamente una ¿solución? para nutrir a la “sacrificada población que sufre como nadie los rigores del bloqueo”. Que es doble. El gringo y el del régimen.
La gente ha recibido sus ‘investigaciones’ con preocupación. ¿Si en 52 años sus ensayos no dieron resultados, ahora lo darán?. Y ruegan para que sea un abuelo pasivo. Que juegue con sus nietos y duerma la siesta. Que escriba sus memorias y navegue por internet.
Pero, por favor, deje los experimentos. No se le dan, comandante.
Iván García
Foto: Getty Images. Fidel Castro con la vaca Ubre Blanca.
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