Arthur Koestler y George Orwell firmaron las dos novelas que diseccionaron el estalinismo. Convertido en la fe del siglo XX, la apostasía del comunismo se pagaba con la muerte física o con la muerte civil. Koestler y Orwell desafiaron ambos tipos de muerte: el primero, en 1941, con la publicación de «El cero y el infinito», el segundo, en 1949, con la de «1984». De origen judío, Arthur Koestler (Budapest, 1905; Londres, 1983) era un pensador incómodo. Rompió con el Partido Comunista en 1938, tras siete años de ser agente del Komintern. Mientras fue comunista, explica el propio escritor en sus «Memorias» («Flecha en el azul» y «La escritura invisible», publicadas por Lumen en un solo volumen), «yo me sentí rodeado por la simpatía de la gente de espíritu progresista a la que no le gustaba el comunismo, pero respetaba mis convicciones. Después de romper con el comunismo, esa misma clase de gente me trató con desprecio... Los ex comunistas no son solo fastidiosas Casandras, como lo habían sido los refugiados antinazis; son también ángeles caídos que tienen el mal gusto de revelar que el cielo no es el lugar que se supone que es». Desde que vio la luz en la España de 1947, «El cero y el infinito» (reeditado ahora por Debolsillo) el libro fue leído con desprecio por una intelectualidad que lo equiparaba al anticomunismo con el que Franco se presentaba como peón de los americanos en el tablero de la Guerra Fría. Una progresía reacia a contar muertos en los países del «socialismo real» y equipararlos con el totalitarismo nazi. Entonces, sigue escribiendo Koestler, «sentía que la fuente de su resentimiento no estaba en que yo hubiera sido un comunista, sino en que hubiera dejado de serlo; no en el hecho de que hubiera incurrido en un error, sino en dejar de incurrir en él». En el prólogo a la reedición de la novela, Mario Vargas Llosa describe a Koestler como «un hombre bajito y fortachón, con una cara de pocos amigos, cuadrada y abrupta. No figuraba en la guía de teléfonos y a los candidatos al doctorado que preparaban tesis sobre él y se atrevían a llamar a su casa, en el barrio de Knightsbridge, los despedía con brusquedad». Era el disidente nato que tampoco aceptó, al suicidarse con su esposa en el año 1983, ser doblegado por una enfermedad terminal. Incómodo entre los sionistas, perseguido por los nazis, detenido por los franquistas en la Guerra Civil, calumniado por los comunistas... Koestler no comulgó nunca con ruedas de molino. No es casualidad que el título original de su novela, inspirada en los procesos de Moscú, fuera «Oscuridad a mediodía». La escribió en 1939, al tiempo que Molotov y Ribbentrop rubricaban el pacto nazi-soviético, y corrigió el manuscrito entre un campo de concentración de los Pirineos y la prisión londinense de Pentonville. En 1946 «El cero y el infinito» vendió cuatrocientos mil ejemplares en Francia, mientras el hegemónico Partido Comunista Francés llegaba a amenazar a los editores de la obra y adquiría varias partidas de ejemplares para destruirlos... En el College de France, el filósofo Merleau-Ponty llegó a decir que toda crítica a la Unión Soviética constituía un acto de guerra. No es tampoco casualidad que la novela comience con una frase de Saint-Just, aquel estalinista avant la lettre justificando el Terror revolucionario: «No se puede reinar inocentemente».
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