Cuba y su diáspora, un debate por invitación y a puertas cerradas
La alta jerarquía de la iglesia
católica ha establecido un compromiso con el régimen excluyendo arbitrariamente
a la disidencia y la prensa independiente.
Me gusta asistir a los pocos
espacios libres que se programan en la discreta vida intelectual habanera. Da
igual que sea la presentación de un libro de Leonardo Padura, un encuentro entre
tuiteros de cualquier tendencia política, o una ponencia en un antiguo convento
capitalino a tiro de piedra de la bahía.
Hacer acto de presencia en sitios donde se exponen criterios diferentes, siempre trae más beneficios que perjuicios. Por tanto acudo a dichos encuentros, siempre que me entero, pues muchos de estos bolsones mínimos de libertad de expresión no se anuncian en la prensa oficial.
El pasado jueves 19 de abril supe por amigos radicados en Estados Unidos que durante tres días se debatiría en la Casa San Juan Vianney, adjunto a la iglesia de la calle 25 en el Vedado, una ponencia titulada Cuba y su Diáspora.
Tomarían parte en dicho evento, prestigiosos cubanos del exilio como el economista Carmelo Mesa-Lago, Jorge I. Domínguez, politólogo, la escritora Uva de Aragón y el activista Juan Antonio Blanco.
El Cardenal Jaime Ortega tendría a su cargo las palabras de presentación del evento. Y Orlando Márquez, portavoz de la iglesia Católica en Cuba, sería el moderador. Era de suponer que cubanos dentro de la isla, ya sean oficialistas o independientes, podrían tomar parte en dichos debates.
Antes, en Madrid y Washington, se habían efectuado ponencias sobre el tema con entrada libre. Incluso opositores a los hermanos Castro, como el periodista Carlos Alberto Montaner, estuvieron presentes.
Para los periodistas libres y un sector amplio de la disidencia era una buena noticia. Y otra posibilidad de dialogar. Algo sumamente necesario entre grupos de cubanos enquistados en sus excluyentes posiciones políticas.
Horas antes de la ponencia, señalada para las seis de la tarde, se anunciaba en la sala Juan Marinello- Avenida Boyero- una charla con entrada libre de la escritora cubanoamericana Uva de Aragón.
El día pintaba fenomenal. Luego de un soberbio retrato familiar de Uva, sobre su abuelo Alfonso Hernández-Catá, destacado diplomático e intelectual cubano de la república, me encaminé sin prisa a la iglesia de la calle 25 y Paseo.
En Cuba la buena suerte se administra con gotero. Y sospechosamente todo me iba saliendo redondo.
Hasta que en el lobby de la edificación adjunta a la iglesia, donde se efectuaría la ponencia, me echaron con elegancia. La señora encargada de informar me dijo que la actividad era por invitación y la prensa, ya sea acreditada o independiente, no era bienvenida.
Ante mis reclamos de que estos debates habían sido abiertos en Madrid y EEUU, me sugirió cortésmente que esperara a que llegara el portavoz Orlando Márquez y fuese el propio portavoz quien decidiése si podía participar o no.
Al rato llegó Márquez, vestido con pantalón gris y camisa clara. En la propia verja despidió a un par de reporteros de la prensa extranjera alegando que el evento era por invitación.
Pacientemente le expuse mis argumentos. ¿Cómo es posible que se debata en La Habana sobre la diáspora con el candado echado, si estos eventos se ofrecieron por entrada libre en otros lares?
Su respuesta fue concisa. “La Habana, no es Madrid ni Washington” y agregó que este encuentro se había acordado sin el escrutinio de la prensa.
Le dije que deseaba participar como ciudadano cubano, que tiene parte de su familia en la diáspora. Pero Márquez, atento, se mantuvo en sus trece. “Estos encuentros no tienen nada que ver con los que se desarrollan en el convento de San Carlos y que son de libre entrada”, me respondió.
Indagué por qué no habían asistido Carmelo Mesa-Lago, Juan Antonio Blanco y Jorge I. Domínguez. Le comenté haber leído en Diario de Cuba que Juan Alberto no asistió “porque según las autoridades cubanas su visita no era bien recibida”.
Acotó el señor Márquez que eso era manipulación de los medios, y en el caso de los dos académicos, su inasistencia se debía a asuntos de trabajo. En lo personal discrepo de algunas actitudes de la Iglesia Católica cubana y sus posiciones sinuosas.
Por un lado, propician debates abiertos a todos, y por otro, excluyen a la disidencia y a la prensa, ya sea extranjera o independiente. No comprendo por qué un evento que en sus dos versiones extra frontera se ofrecieron con entrada libre, ahora en La Habana, se celebran a puertas cerradas.
Simplemente la alta jerarquía de la Iglesia Católica ha establecido un compromiso con el régimen excluyendo arbitrariamente a la disidencia y a la prensa independiente.
Al encuentro se invitaron a periodistas oficiales, economistas, sociólogos y personajes de la nomenclatura como Ariel Terrero, Juan Triana, Aurelio Alonso y Eusebio Leal. A los cubanos opuestos a los hermanos Castro se les cerraron las puertas.
Evidentemente se cuece un caldo de mal olor tras bambalinas. Se gesta un pacto entre la Iglesia, el Gobierno y un sector del exilio, que hacen votos de silencio a la hora de hablar sobre la represión a la disidencia pacífica, a cambio de un espacio a corto plazo para concesiones y negocios.
En este mapa de futuro trazado a brochazos se ningunea a la disidencia interna. No se cuenta con ella. Del gobierno se puede entender las razones: Son personas formadas en un ambiente de ordeno y mando, antidemocráticos, no acostumbrados al diálogo y que adoran el poder.
De la Iglesia no sé qué pensar. Su juego sólo lo comprenden ellos. En Cuba sucede ahora mismo una rara transición. De un socialismo marxista, a instaurar un capitalismo corporativo de Estado sin libertades políticas, amparado en la indiferencia de una mayoría de la población cubana preocupada por llevar comida a la mesa y sobrevivir. Es algo que se vislumbra en el horizonte.
En pos de pretender un mayor espacio social, los mandarines de la Iglesia han dado la espalda a la oposición. Abiertamente apuestan por el más fuerte.
Y no es que te echen con cara de perro de estos sitios. No. Solo te dicen, amablemente, donde está la puerta de salida.
Hacer acto de presencia en sitios donde se exponen criterios diferentes, siempre trae más beneficios que perjuicios. Por tanto acudo a dichos encuentros, siempre que me entero, pues muchos de estos bolsones mínimos de libertad de expresión no se anuncian en la prensa oficial.
El pasado jueves 19 de abril supe por amigos radicados en Estados Unidos que durante tres días se debatiría en la Casa San Juan Vianney, adjunto a la iglesia de la calle 25 en el Vedado, una ponencia titulada Cuba y su Diáspora.
Tomarían parte en dicho evento, prestigiosos cubanos del exilio como el economista Carmelo Mesa-Lago, Jorge I. Domínguez, politólogo, la escritora Uva de Aragón y el activista Juan Antonio Blanco.
El Cardenal Jaime Ortega tendría a su cargo las palabras de presentación del evento. Y Orlando Márquez, portavoz de la iglesia Católica en Cuba, sería el moderador. Era de suponer que cubanos dentro de la isla, ya sean oficialistas o independientes, podrían tomar parte en dichos debates.
Antes, en Madrid y Washington, se habían efectuado ponencias sobre el tema con entrada libre. Incluso opositores a los hermanos Castro, como el periodista Carlos Alberto Montaner, estuvieron presentes.
Para los periodistas libres y un sector amplio de la disidencia era una buena noticia. Y otra posibilidad de dialogar. Algo sumamente necesario entre grupos de cubanos enquistados en sus excluyentes posiciones políticas.
Horas antes de la ponencia, señalada para las seis de la tarde, se anunciaba en la sala Juan Marinello- Avenida Boyero- una charla con entrada libre de la escritora cubanoamericana Uva de Aragón.
El día pintaba fenomenal. Luego de un soberbio retrato familiar de Uva, sobre su abuelo Alfonso Hernández-Catá, destacado diplomático e intelectual cubano de la república, me encaminé sin prisa a la iglesia de la calle 25 y Paseo.
En Cuba la buena suerte se administra con gotero. Y sospechosamente todo me iba saliendo redondo.
Hasta que en el lobby de la edificación adjunta a la iglesia, donde se efectuaría la ponencia, me echaron con elegancia. La señora encargada de informar me dijo que la actividad era por invitación y la prensa, ya sea acreditada o independiente, no era bienvenida.
Ante mis reclamos de que estos debates habían sido abiertos en Madrid y EEUU, me sugirió cortésmente que esperara a que llegara el portavoz Orlando Márquez y fuese el propio portavoz quien decidiése si podía participar o no.
Al rato llegó Márquez, vestido con pantalón gris y camisa clara. En la propia verja despidió a un par de reporteros de la prensa extranjera alegando que el evento era por invitación.
Pacientemente le expuse mis argumentos. ¿Cómo es posible que se debata en La Habana sobre la diáspora con el candado echado, si estos eventos se ofrecieron por entrada libre en otros lares?
Su respuesta fue concisa. “La Habana, no es Madrid ni Washington” y agregó que este encuentro se había acordado sin el escrutinio de la prensa.
Le dije que deseaba participar como ciudadano cubano, que tiene parte de su familia en la diáspora. Pero Márquez, atento, se mantuvo en sus trece. “Estos encuentros no tienen nada que ver con los que se desarrollan en el convento de San Carlos y que son de libre entrada”, me respondió.
Indagué por qué no habían asistido Carmelo Mesa-Lago, Juan Antonio Blanco y Jorge I. Domínguez. Le comenté haber leído en Diario de Cuba que Juan Alberto no asistió “porque según las autoridades cubanas su visita no era bien recibida”.
Acotó el señor Márquez que eso era manipulación de los medios, y en el caso de los dos académicos, su inasistencia se debía a asuntos de trabajo. En lo personal discrepo de algunas actitudes de la Iglesia Católica cubana y sus posiciones sinuosas.
Por un lado, propician debates abiertos a todos, y por otro, excluyen a la disidencia y a la prensa, ya sea extranjera o independiente. No comprendo por qué un evento que en sus dos versiones extra frontera se ofrecieron con entrada libre, ahora en La Habana, se celebran a puertas cerradas.
Simplemente la alta jerarquía de la Iglesia Católica ha establecido un compromiso con el régimen excluyendo arbitrariamente a la disidencia y a la prensa independiente.
Al encuentro se invitaron a periodistas oficiales, economistas, sociólogos y personajes de la nomenclatura como Ariel Terrero, Juan Triana, Aurelio Alonso y Eusebio Leal. A los cubanos opuestos a los hermanos Castro se les cerraron las puertas.
Evidentemente se cuece un caldo de mal olor tras bambalinas. Se gesta un pacto entre la Iglesia, el Gobierno y un sector del exilio, que hacen votos de silencio a la hora de hablar sobre la represión a la disidencia pacífica, a cambio de un espacio a corto plazo para concesiones y negocios.
En este mapa de futuro trazado a brochazos se ningunea a la disidencia interna. No se cuenta con ella. Del gobierno se puede entender las razones: Son personas formadas en un ambiente de ordeno y mando, antidemocráticos, no acostumbrados al diálogo y que adoran el poder.
De la Iglesia no sé qué pensar. Su juego sólo lo comprenden ellos. En Cuba sucede ahora mismo una rara transición. De un socialismo marxista, a instaurar un capitalismo corporativo de Estado sin libertades políticas, amparado en la indiferencia de una mayoría de la población cubana preocupada por llevar comida a la mesa y sobrevivir. Es algo que se vislumbra en el horizonte.
En pos de pretender un mayor espacio social, los mandarines de la Iglesia han dado la espalda a la oposición. Abiertamente apuestan por el más fuerte.
Y no es que te echen con cara de perro de estos sitios. No. Solo te dicen, amablemente, donde está la puerta de salida.
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