por Esteban Fernandez
UN DIABLITO Y UN ANGELITO
A través de estos 54 años de lucha contra el castrismo siempre hemos escuchado decir que “Las organizaciones se roban el dinero”, otros dicen que “Muchas fortunas se han logrado gracias a la causa de la libertad de Cuba”... Bueno, "A mí que me registren"...
Eso es algo que está muy alejado de la verdad. Lo cierto es que se ha generado una vergüenza ajena por parte de casi todos los que verdaderamente tratan de hacer algo contra la tiranía. Total, la culpa recae sobre tres o cuatro malandrines. Y, desde luego, acepto que yo también soy parte de ese complejo porque en lo que a mí respecta siempre le he tenido pavor a esa acusación y NUNCA LE HE PEDIDO NI UNA SOLO CENTAVO A NADIE, ni he vendido un bono de una organización, ni he tocado un simple dólar.
Y hubo un instante muy interesante en mi vida que mirándolo en el espejo retrovisor me doy cuenta que he sido una víctima más de esa falacia lanzada a voleo por los órganos de inteligencia del régimen: Una noche, en una reunión de La Voz de Cuba Arnoldo Varona me da la encomienda de enviar un montón de cartas a los simpatizantes de aquella organización gloriosa que llegó a lograr que decenas de estaciones radiales en el mundo entero transmitieran la verdad sobre nuestra nación. Al terminar la junta le dije al tesorero Rolando Espinosa que me diera estampillas de correo para enviar la propaganda. Sin saber de cuantas misivas se trataba Rolando metió la mano en su maletín y me entregó dos rollitos de sellos.
El domingo me lo pasé metiendo papeles timbrados de La Voz de Cuba dentro de los sobres, cerrándolos y poniéndoles un sellito a cada carta. Creo que fueron un par de horas, al terminar me sonreí con esa tranquilidad que sólo produce el deber cumplido. Me sobraron unos 50 sellos, y pensé que en la próxima reunión de La Voz de Cuba se los devolvería a Rolando el eficiente Tesorero.
El lunes por la mañana recuerdo que era Labor Day, no había trabajo, y decidí sentarme a desarrollar la desagradable misión de pagar las cuentas. Las conté y recuerdo que eran nueve los “biles” que teníamos que pagar.
Al terminar le pregunté a Rina que donde tenía los sellos de correo y me contestó: "No, no creo que quede ninguno, yo los gasté todos para las invitaciones de la fiesta de cumpleaños de la niña”...
Abrí la gaveta de mi escritorio y lo primero que vi fue el tentador rollito de sellos de La Voz de Cuba. Sacudí la cabeza como para eliminar ese pensamiento impúdico.
¿Ustedes nunca han tenido esa sensación de que en un hombro se nos posa un diablito y en el otro un angelito? Uno me decía: “Rolando no sabe cuantas cartas tu enviaste, creo que Varona tampoco” Y el otro me decía: “Esos sellos fueron comprados con el dinerito de unos ancianos que creen en el esfuerzo de La Voz de Cuba”... De pronto el diablito casi me gritó: ¡Trabajaste más de dos horas en ese menester, lo menos que mereces son unas cuantas estampillas!”...
Molesto le di un manotazo al hombro izquierdo donde supuestamente estaba posado el diablito, cerré bruscamente la gaveta, y me sonreí pensando que le había ganado una batalla a Lucifer, a la propaganda castrista y a la suspicacia y desconfianza de los exiliados que no querían cooperar económicamente con la causa. Como yo comenzaba a trabajar a las 10 de la mañana llegué el martes a la Oficina de Correos a la nueve, compré sellos y eché en el buzón las dichosas cuentas.
Ahora que Rolando Espinosa lee mis escritos desde Florida se enterará el motivo por el cual yo me sonreía con orgullo cuando en el siguiente mitin de La Voz de Cuba le devolví integro un rollo de timbres de correo. Y recuerdo que ese día la alegría fue doble porque racibimos la noticia de que una gran emisora radial de Rodesia se brindaba a lanzar al aire nuestros progamas especiales dedicados a convencer a las tropas cubanas estacionadas en Angola de su error y lograr honrosas deserciones.
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