EL ECONOMISTA
Hubo una época en la que ser exiliada cubana era algo verdaderamente serio, y
que haber vivido en la oposición lo era mucho más:
Mujer, cubana,
exiliada, anticastrista, con un padre preso, y una madre renuente a aceptar nada
que tuviera que ver con lo que le recordara la traición: la revolución
cubana, y una lucha que sólo le trajo dolor y amargura, fue durante muchos años,
todos los de su infancia, adolescencia y juventud, la realidad de
Frida
Blanco Masdeu.
Conversando con ella a través del blog, de los emailes que intercambiamos, me
doy cuenta que
pese a haber vivido historias distintas, no hay mucha
diferencia entre nosotros en el modo de analizar lo que le ha sucedido en las
últimas cinco décadas a los cubanos, a nuestro país, sabiendo que no
todo está perdido, pero que sin embargo, comprobando, día a día, que no quedan
muchas esperanzas, viendo en lo que se ha transformado la Cuba actual.
Pese a todo lo vivido, Frida es una mujer sumamente divertida, de una fina
ironía, amante de la cultura y del arte; y
muy sensible a esa cubanía
sólo viva de manera auténtica en el alma de los exiliados
verdaderos.
Frida
Blanco Masdeu
—
ZV: -¿En qué
parte de Cuba naciste?
FBM: -Nací a principio de los años 50, en La Cooperativa de Médicos de La
Vibora, en La Habana.
Soy primera generación habanera e hija
única. Mis familiares maternos son de Bayamo y Santiago de Cuba, los paternos de
Colón y Camagüey.
ZV: -¿Cuándo te fuiste de Cuba y por qué?
Tengo entendido que tu
padre cayó preso y tu madre atravesó por un auténtico calvario,
¿podrías comentarlo?
FBM: -Salí de Cuba en Septiembre de 1959 junto a mis padres. En Enero de 1960
regresamos, mi padre habia decidido incorporarse a la lucha en contra de la
dictadura castrista. Sus contactos en New York, donde residimos, le aseguraron
que
aquello sería cuestión de meses y del esfuerzo de cubanos demócratas
hasta que Cuba fuese libre de nuevo. En Mayo de 1961 mi padre cayó
preso y condenado a nueve años de prisión, en 1966 se fugó de la Prisión de Taco
Taco y lo volvieron a juzgar, esta vez imponiéndole doce años más a la
sentencia.
En julio de
1968 mi madre y yo salimos definitivamente al exilio a
través de los Vuelos de La Libertad.
Mi padre,
Carlos González Blanco, era comerciante, viajero,
como le decían a los que se dedicaban a vender mercancía en los campos de Cuba.
Se especializaba en ropa interior. Desde muy pequeño se interesó por las causas
sociales, participando a los 15 años en el asalto al Castillo de Atarés, poco
después del ataque al Hotel Nacional, a raíz del golpe del 4 de septiembre de
1933.
Así comenzó su activismo político. Su familia era casi
toda de los Auténticos, su tío Lauro Blanco Muñiz, que fue un destacado
sindicalista, líder de los trabajadores de la cooperativa Ómnibus Aliados. Un
primo hermano de mi padre, José Puente Blanco, fue el último Presidente de La
Federación Estudiantil Universitaria de Cuba Republicana. Otros tíos y primos se
dedicaron también a organizar movimientos políticos y sociales. En aquella
época, y en años posteriores, mi padre se fue involucrando en actividades en
contra de los gobiernos del General Fulgencio Batista.
Mi madre, Ara Masdeu Guadix, era la hija menor del periodista,
novelista y profesor Jesús Masdeu Reyes y su esposa Araceli Guadix Coca, amigos
y colaboradores del General Fulgencio Batista y Zaldivar. La admiración
y el respeto por el General se extendía a los cuatro hijos del matrimonio.
Esa discrepancia filosófica y política no impidió que
mis padres se
enamoraran y se casaran en el bufete de un amigo abogado (ambos eran
libre-pensadores). El matrimonio se hizo efectivo en junio de 1952.
Frida y su mamá
—
Como sabes, después de 1953, las actividades insurreccionales aumentaron en
La Habana y en otras ciudades, mi padre junto a su tío Lauro y otros,
comenzaron a organizar a los trabajadores, en huelgas y actos
parecidos.
Todo este tiempo, mi madre trabajaba en la Renta de Lotería, en un puesto que
le permitía observar las nóminas, algo que la alarmó sobremanera.
Pudo
comprobar que algunos de los supuestos “luchadores por la justicia” que
vociferaban en contra del gobierno, recibían “botellas” que iban a cobrar en
persona. Debo aclararte que esto ocurrió durante todos los gobiernos, la única
diferencia consistía en que cambiaban los beneficiarios, aunque no
siempre.
En varias ocasiones mi papá fue detenido por la policía de Batista, una vez
estuvo un mes preso.
Mi abuelo Masdeu, su suegro, sólo tenía que hacer
una llamada a algún amigo e inmediatamente soltaban a mi padre. Te cuento esto
no para justificar el amiguismo del gobierno anterior, sino para ilustrar la
diferencia entre un sistema y el otro. En enero de 1959, mi padre
estaba escondido, la situación era difícil para los que como él estaban
involucrados en actividades subversivas.
En mi casa no hubo celebración.
Mi padre conocía a Fidel Castro
personalmente, y sospechaba que era comunista. Mi madre, aunque a esas alturas
pensaba que un cambio era inevitable, tampoco simpatizaba con los “Mau-Mau” como
les decian en Oriente a los verde olivo. Al empezar los fusilamientos
(un primo hermano de mi mamá, Francisco López Guadix fue ejecutado a los
23 años en Santiago de Cuba) mis padres empezaron a hacer planes para abandonar
la isla. En septiembre lo logramos, con visa de turistas. A nuestro
regreso, de inmediato mi padre empezó a conspirar con personas
que le
indicaron en New York y con otros que ya conocía.
Los detalles de sus actividades los ignoro, sólo que para no crear sospechas,
nos llevaba a mi mamá y a mí en los viajes que hacia al interior del país a
llevar dinero y tal vez otras cosas.
Esos fueron los meses que más
recuerdo haber disfrutado de mis padres juntos. Tenía yo entre 6 y 7 años y
conocí Pinar del Rio, Las Villas. Los viajes eran para mí como vacaciones
ininterrumpidas, fuimos al Escambray, varias veces a Trinidad y
Cienfuegos.
En ese año de 1960 no me mandaron a la escuela, pues ya se
hablaba de adoctrinar a los niños y en mi casa estaban seguros que la situación
en Cuba cambiaría pronto.
Lauro Blanco luchaba contra los castristas con su grupo, José Puente
Blanco también dirigía un grupo, mi padre con el suyo. No sé si hubo
coincidencia en las misiones de los tres hombres.
En abril de 1961, cuando la gloriosa invasión, mi padre
estaba esperando instrucciones para hacer su parte en La Habana. El mensaje
llegó tarde y tuvo que esconderse.
Un mes después
lo atraparon en Pinar del Rio, junto a Mario
Fernández, José Enrique Valdéz, Eumelio Rodríguez y Reina Peñate.
Mi madre estuvo días sin saber de su suerte, se presentaba frente al Teatro
Blanquita donde se sabía estaban detenidas varias personas, regresaba a la casa
cada día más desesperada. Por fin, una tarde, recibió una llamada donde
anónimamente alguien le dijo que se dirigiera a una casa en Miramar.
Al
llegar allí la detuvieron durante dos dias, interrogándola todo ese tiempo, sin
decirle que a pocos metros se encontraba mi padre, a quien le hicieron ver por
una rendija a mi madre sentada y esposada. Tuvo suerte que la dejaron
libre.
El juicio por “Atentar contra los Poderes del Estado” duró poco y
todos los acusados fueron sancionados a nueve años de prisión. Reina Peñate, una
de las mujeres más valiente, elegante y digna que he conocido, recibió la misma
condena que los muchachos.
Así comenzó
el presidio político de mi padre que duró 17
años.
Casi enseguida lo trasladaron a Isla de Pinos, recuerdo haber llegado de
jugar en la calle,
y encontrar a mi madre acostada, anegada en llanto,
presentía una separación larga y una vida difícil sola conmigo.
No se equivocó.
En esos meses empezó a perder a su familia,
su madre, su hermana querida que falleció de una terrible enfermedad, muy joven,
y su hermano mayor.
Nos quedamos solas mi mamá, mi abuela paterna, y yo. Mi
abuelo Carlos que vivía aparte, siempre nos apoyó, pos supuesto.
Mami decidió que yo tenía que visitar a mi papá en prisión, años después me
dijo que temía que lo asesinaran y que, por duro que fuera, era necesario que
yo tratara a mi padre lo más posible,
así fue que de niña conocí “el
Presidio Modelo en Isla de Pinos”, a donde viajamos en dos ocasiones en el
Ferry” El Pinero”, en otra por avión.
Era una odisea esperar bajo el sol que leyeran la lista de los presos, cargar
las jabas con alimentos, pasar la requisa…
En una de las visita mi padre
no aparecía, sus compañeros nos entretenían con relatos mientras esperábamos, si
mal no recuerdo, una hora después apareció mi papá con la cara hinchada, parecía
un monstruo. Tenía un problema dental, le negaron asistencia médica y se
encontraba muy enfermo, con fiebre alta y sangrando por la boca.
Después de largos meses lo trasladaron para La Cabaña, de ahí al Castillo del
Príncipe, pudo por fin ir a la enfermería.
Allí lo operaron de una
hernia que le salió a consecuencia de una golpiza que le habian propinado
los oficiales castristas en Isla de Pinos.
Regresó a La Cabaña.
Estuvo en Guanajay, en Sandino, en Taco Taco, de
donde se fugó, de nuevo en La Cabaña.
A todas esas cárceles ibamos mi mamá y yo.
Desde los 8 a los 15 años
visitar cárceles, conocer presos políticos y sus familiares era parte de mi
rutina.
También me acostrumbré a ser paria en mi pais.
A los diez años,
mientras conversaba sobre estudios con una amiguita,
la presidenta del Comité, que por cierto era una española comunista, refugiada
en Cuba desde la Guerra Civil en su país, me interrumpió y dijo, que no me
hiciera ilusiones, que como hija de gusanos y traidores a la patria yo no podría
estudiar magisterio, que era sobre lo que yo estaba hablando, que la
única manera de lograrlo sería si acusaba a mi madre por su influencia nefasta y
que lo hiciera pronto, pues de otra manera los estudios universitarios estaban
prohibidos para mí.
Mi mamá sufría de una depresión terrible, casi catatónica, y
no se
animaba a salir de Cuba.
A pesar de su estado anímico se enfrentaba a los comunistas, recuerdo que al
principio de todo esto, una tarde encontré a mi mamá sentada en una silla detrás
de la puerta, esperando pacientemente a que una de las del Comité de defensa
introdujera por el espacio entre el piso y la puerta una hoja de papel citando a
una reunión “de chivatos”, como les decía ella. Cuando vió que empezaba a entrar
el papel, mami abrió la puerta y claro, sorprendió a la mujer, a quien le
dijo:-”Mire, Paula, no se moleste más en invitarme a esas reuniones. No he ido
ni iré jamás. Buenas tardes”, y cerró la puerta.
Llena de contento nos
dijo a mi abuela y a mí: “¡Así queria cogerla, agachada!”
Cuando mi padre se
fugó de la prisión de Taco Taco, estuvo seis meses
escondido en La Habana, dormía en los cines, en las funerarias, en casas de cita
con mi mamá.
Esos meses fueron tremendos. Enseguida que se fugó mi padre, los agentes
castristas del Comité de defensa me seguían a la escuela, a mi madre en el
barrio y a mi abuela por toda La Habana. No recuerdo cómo mi madre se las
agenció, pero un día preparó unas mudas de ropa, me rogó que actuara con
naturalidad, entonces tomamos un taxi.
Nos bajamos en La Habana Vieja,
caminábamos por uno de aquellos preciosos portales, cuando de repente me empujó
hacia un hombre que estaba hablando en un teléfono público. Era mi papá, teñido
el pelo de negro, con bigote. De ahí nos fuimos tres días a Santa María del Mar.
Fue la única vez que disfruté con mis padres juntos en toda mi
adolescencia. No volvimos a estar unidos hasta 1978, cuando ya
yo tenia veinte y tantos años.
Un detalle importante es que casi todos los de la familia de mi padre ya se
había exiliado. Los que quedaban en Cuba en su mayoría simpatizaban con el
régimen. Pero hubo un gesto de solidaridad y humanidad extraordinario.
Su primo Hugo Martinez Blanco y su esposa Alba Benítez, protegieron a mi
padre, y hasta le salvaron la vida cuando se enteraron que otro pariente había
denunciado a una tía anciana, que le había dado refugio a mi padre en
su apartamento por unos días, y que el allanamiento de la vivienda se estaba
planeando por militares armados hasta los dientes. Arriesgándose ellos, avisaron
y mi papá logró huir de casa de su tia,
evitando implicarla en su
fuga.
Alba, era una mujer de una entereza moral y de una belleza resplandesciente.
Una cubana típica, inteligente, fina en su trato, justa. Te digo que
logró asilarse en la Embajada del Perú en 1980 con mis primos (
su hijo
mayor, un muchacho menor que yo, sufrió del presidio político también.) Hoy sus
hijos son unos triunfadores en Miami, aunque ella murió demasiado
pronto.
Mi padre deambuló un poco más por la isla, llegó hasta Ciego de Ávila, donde
algunos familiares le tendieron una mano, pero tuvo que regresar a La Habana,
allí unos jóvenes amigos lo ayudaron por un tiempo; sin embargo, la situación se
hizo insostenible, hasta que decidió irse en lancha.
No llegó muy lejos.
Iba con un amigo.
De esa época recuerdo también
el esfuerzo descomunal de mi madre y
abuela por conseguir alimentos para los presos.
Mi abuela paterna, Mercedes Blanco Muñiz, maestra de matemáticas de
Escuelas Superiores, llegó a tener dos hermanos presos (Lauro y Odón),
a tres primos (Los hermanos
Cuco, Osvaldo y Edmundo Muñiz,
residentes en Colón). Sus sobrinos
José y Roberto Puente Blanco
estuvieron también dos o tres años encarcelados.
Mi abuela viajaba a Camagüey, a Colón, a fincas aledañas a La Habana buscando
carne de cerdo y queso fresco para intercambiar en la capital por huevos,
azucar, gofio, chocolate y leche en polvo,
galletas (eran un lujo) para
surtir las jabas de mi padre y sus tíos.
Mi padre, sus tíos, sus primos y la mayoría de sus amigos mantuvieron un
presidio digno.
Aunque al llegar al exilio costaba mucho que comentaran
lo vivido, para ellos haber sobrevivido a aquello era un deber cumplido y nada
más.
ZV: -¿Cómo fue llegar a un país donde no se hablaba tu lengua y del que muy
poco sabías?
Empezaste a estudiar, luego a trabajar, ¿donde estudiaste
¿En qué trabajaste?
FBM: -Nos reclamó un tío de mi padre,
Rafael Blanco, desde Glendale,
California. Se había exilado años antes y aunque ya era mayor seguía trabajando
y apoyando a la familia y a los presos.
Estuvimos en su casa dos semanas.
Nos ayudó a alquilar un apartamento
cerca y a los 22 días de llegar de Cuba mi mamá comenzó a trabajar cosiendo
sacos de dormir. Era una labor dura, pero se adaptó, y nunca recibió ayuda del
gobierno.
Años después logró,
junto a una prima, establecerse en el giro de la
confección de ropa.
Empecé en décimo grado sin hablar inglés. En aquella época la educación
bilingüe, al menos donde yo vivía, no existía. A
prendí poco a poco, con
mucho esfuerzo.
Mi mamá nunca quiso tratar con cubanos, algo que nos hizo más difícil la
adaptación. No toleró nunca los insultos hacia el gobierno de Batista, y la
justificación a los fusilamientos.
Por los Vuelos de La Libertad
llegaban muchas personas que en realidad no les interesaba la libertad de Cuba.
Recuerdo que mi madre les decía, con cierto desprecio: “Yo no salí de Cuba por
culpa de la libreta de abastecimiento.”
—
Después de la escuela secundaria asistí a Los Ángeles Community College y
después a La Universidad Estatal, donde
estudié Sociologia e Historia
del Arte.
A los 19 años obtuve mi primer empleo en
Mitsui Bank International,
en la primera sucursal del importante banco japonés en California.
Allí comenzó mi profesión como banquera,
especialista en Cartas de
Crédito, que me llevó a varias instituciones durante más de veinte
años.
Ahora sigo en el giro financiero, pero en la rama de los
seguros.
ZV: -¿Cómo te vinculaste a
la lucha política?
FBM: -A los pocos días de llegar al exilio, mi madre se puso en contacto con
el Sr. Angelo Esteban Abreu, un gran amigo de mi abuelo. Angelo y su familia nos
enseñaron la ciudad,
nos orientaron en todo con mucho
cariño.
Aparentemente Angelo notó que
yo no me adaptaba fácilmente y que
extrañaba La Habana, a mi padre, las visitas a la cárcel, todo lo relacionado
con lo que hasta entonces constituía mi mundo.
Me sugirió que escribiera mis impresiones como hija de preso en
La
Prensa de Los Ángeles, entonces el principal semanario del exilio. Así
lo hice por unos meses, adquiriendo el hábito de prestarle atención a lo que se
hacía por la libertad de Cuba y de los presos políticos en particular.
Muy joven asistí a una reunión sobre el plan del Dr. de la Torriente, algo
que prometía mucho.
Pero mi madre no quiso participar en eso, y no me
dejó seguir asistiendo.
Recuerdo con envidia cuando los que serían mis compañeros años después,
organizaron una excelente protesta frente al cine que en Hollywood
presentaba la película sobre el asesino argentino Guevara. Aquel fue un hecho
apoteósico en el exilio angelino y sufrí porque no pude hacer otra cosa que
aplaudirlos a distancia.
Unos siete años después, ya empleada en el Banco Mitsui, atendía a un joven
muy bien vestido que me entregó un depósito a la cuenta “La Voz del Presidio
Cubano”. Enseguida empezamos a conversar y descubrimos amigos en común (
específicamente Arnoldo Varona, ex preso y su primo Enriquillo Cazade,
emparentados ambos con mi abuela Mercedes).
Esa misma noche Rolando
Espinosa, el joven que conocí en el banco me llamó (imagino que después de
obtener el visto bueno de los demás muchachos), y me invitó a asistir el viernes
siguiente a una reunión de la organización que pronto cambiaría el nombre por
“La Voz de Cuba”.
—
No te quiero aburrir con detalles sobre la primera reunión, aunque fue muy
emotiva. Yo no podía creer que un grupo de jóvenes profesionales, serios (y
buenos mozos, también, habían pocas damas en el grupo)
sin otra agenda
que no fuese la libertad de los presos, utilizaran sus propios
recursos, el sentido común y métodos modernos para lograr sus fines.
Efrén Besanilla, los hermanos Byrne, José (Pepe) Castaño Jr., Enrique
Cazade Jr, Rubén Díaz, Rolando Espinoza, Estebita Fernández, Tony Fernández,
Esther Herrera, Carlos Hurtado, José Ramón Sánchez, Gloria María Rodríguez,
Arnoldo Varona, y otros que colaboraron con el grupo como la Dra. Asela
Gutiérrez Khan fueron los fundadores de este extraordinario
esfuerzo.
La idea consistía en enviar programas de noticias y música a emisoras en toda
Latinoamérica,
con énfasis, por supuesto, en denunciar las violaciones a
los derechos humanos en Cuba y la situación terrible en que se encontraban los
presos políticos, las injusticias sociales, como los campos de concentración de
La UMAP., la labor forzada a los adolescentes en el plan de “Escuela al
Campo”, y todas las barbaries cometidas por el régimen.
Las grabaciones se hacían en cassettes,
llegamos a construír hasta
una caseta especial para mejorar la acústica, en la residencia de uno de los
miembros.
La locutora principal era la querida
Gloria María Rodríguez,
bisnieta del Generalísimo
Máximo Gómez.
Enriquillo
Cazade, aportó su considerable experiencia en asuntos técnicos, fue camarógrafo
profesional en Cuba y en Hollywood. Otros muchachos también conocedores de cómo
operaban las emisoras radiales, etc, crearon un producto de calidad que
aceptaron decenas de emisoras en todo el continente.
Mi labor particular consistía en trabajos de estenografía y en personalizar
la lucha anticastrista. Para ello
José (Pepe) Castaño y yo nos
presentamos ante la prensa como lo que éramos: hijos ambos de víctimas del
castrofascismo.
El padre de Pepe, el Teniente José Castaño Quevedo,
subdirector del BRAC (Buró para la Represión de Actividades Comunistas), como
sabrás, fue fusilado por órdenes directas del asesino argentino, en La Cabaña,
un hecho de extraordinaria crueldad e injusticia, bueno, como tantos.
Como el Teniente Castaño y mi padre tenían ideas contrarias sobre la
situación política en Cuba antes de 1959, el hecho de que los hijos de ambos,
años después en el exilio estuvieran hermandados en la lucha contra los que
destruyeron el futuro de sus padres, era impactante.
Nos entrevistó el conocido locutor George Putman, cuyo programa tenía
una audiencia enorme. Fuimos de los primeros en aparecer en el Canal por Cable
Z, el pionero en su género.
Me entrevistó además el
Dr. Octavio Costa, distinguido
profesor,
en su columna en La Opinión de Los Angeles y otros
más.
En 1979 viví y trabajé en Caracas por unos meses. En
esa querida capital continué dando entrevistas y reuniéndome con compatriotas y
otros afines a la causa cubana,
representando a La Voz de
Cuba.
—
Tuve la suerte de conocer a Monseñor Boza Masvidal en su
iglesia en Los Teques quien nos dió excelentes contactos. También en esos meses
conocí a varios ex presos políticos de un valor extraordinario, como el que
después llegó a ser un amigo y mentor,
Mario Escoto, en Cuba
asistente de
Aureliano Sánchez Arango, a María Cristina Oliva y
su papá (ambos presos políticos), entre otros.
Después de un tiempo viajé a Colombia, Ecuador, Perú y Chile, siempre
con la misión de establecer contactos y denunciar al régimen criminal de La
Habana.
Me limito a relatarte mis actividades,
los compañeros de La Voz de
Cuba participaron en actividades mucho más complejas y peligrosas.
La Voz de Cuba logró su cenit al final de la década de los setenta
cuando un gobierno africano nos facilitó transmitir directamente a las tropas
“internacionalistas” cubanas en Angola y Etiopía. El gobernante de ese
país, entonces amigo, recibió a los nuestros que le entregaron una bandera de
la gloriosa brigada 2506 (de la que José (Pepe) Castaño fué uno de sus más
jóvenes miembros).
Las transmisiones se efectuaron
sin incidentes y un valiente
compatriota, piloto profesional recogía y nos traía la correspondencia que se
recibía en Bélgica, en un apartado de correos, y que enviaban algunos
de los militares cubanos en África.
Esa gestión terminó, obviamente,
al convertirse Rhodesia en Zimbawe,
al perderlo todo UNITAS y su líder Jonás Savimvi.
A través de contactos que
hice en La Voz de Cuba he trabajado con
otros grupos del exilio, con mi querido Andrés Nazario Sargén, con La Junta
Patriótica Cubana, con la Fundación Nacional Cubano Americana, pero muy
brevemente.
Con mi querido amigo
Jorge Clark he seguido trabajando en varios
proyectos, hasta el día de hoy, por la causa de Cuba, y junto al Sr. Clark he
sido agitadora callejera, traductora, chofer, cocinera, paño de
lágrimas, etc.
ZV: -Cuéntame de tu juventud y, de tus viajes,
por ejemplo, a
Chile…
FBM: -Visité Chile, como te dije, por unos días,
me entrevistó una
revista católica, no logré nada más.
Con
su tía Cora, y Cookie, 1985
—
Mi juventud fue de contrastes. La juventud de aquella época en su mayoría era
liberal, pero ignorante de la crueldad del comunismo, y mi estridencia
anticastrista les resultaba chocante. No me fue fácil hacer amigos de mi edad.
Por un lado yo sentía afinidad con las feministas, con la libertad
social de la época, el arte y la música avant garde, y por otro, no
dejaba de preocuparme por el destino de los cubanos y aunque parezca mentira,
los que más exigían derechos de igualdad racial, de género, etc, casi nunca
levantaban sus voces por las injusticias cometidas por los
castristas.
Era doloroso ser tratada con altanería y arrogancia, por profesores
sobre todo, pero aprendí a rebatir los puntos con cortesía, lo que me
costó mucho.
Ser joven, liberal y anticomunista no era fácil, pero nada
nos ha sido fácil a los exiliados.
ZV: -¿Has vivido en otros países
aparte de los
mencionados?
FBM: -Además de Venezuela, viví unos meses
en México y en Puerto
Rico.
Frida en Venezuela, 1975
—
ZV: -¿Cuáles son los
valores y los defectos del exilio
cubano?
FBM: -Ay, Zoé,
el exilio ya casi no existe. Hemos perdido a
tantos…
Es innegable que hoy por hoy
la mayoría de los cubanos que viven
fuera de la isla no son exiliados. Son emigrantes económicos. Es una
realidad muy penosa.
El valor del exilio ha sido su optimismo. Y al principio nada se interponía a
la lucha. Los hombres y mujeres que se sacrificaron aportando fondos, alentando
a tantas y tantas organizaciones del exilio
lo hacían seguros de que el
final del exilio estaba cerca.
De no haber sido optimistas no se hubiera dado el
Milagro de
Miami que prometió (y fue por largos años) la Capital del Exilio. El
optimismo ha sido nuestro aliado, pero también nos ha impedido ver las cosas
desapasionadamente. Fuímos muy optimistas en pensar que los coterráneos
que llegaban después del Mariel todos estarían automáticamente aliados a la
causa.
El peor defecto del exilio para mí ha sido caer en el sentimentalismo de que
los lazos sanguíneos, que las filosofías políticas (sobre todo el
nacionalismo furibundo), están por encima del bien de un pueblo.
Hace 40 años, cuando la censura en Cuba era absoluta, cuando escribirle a un
familiar en el exterior significaba perder una posición, o peor, la libertad, y
nos llamábamos por larga distancia cuando un familiar o amigo recibía una carta
que alguien había logrado enviar por valija diplomática, no se nos hubiera
ocurrido que décadas después, esos mismos cubanos establecerían negocios para
lucrar con la desesperación de un pueblo por adquirir al principio medicinas,
después todo tipo de mercancías, hasta llegar a donde estamos hoy, cuando traen
parientes de la isla y en dos meses ya tienen líneas de crédito ofrecidas por
bancos cubanos, y en seis ya han armado un negocio, cuyas ganancias van a parar
a Cuba.
Todo basado en la “reunificación familiar”.
Mi reunificación familiar, Zoé, se logró en 1978 cuando mi padre salió
del Presidio Plantado, hacia Caracas, gracias a las gestiones
de mi primo
José Puente Blanco y su madre, mi adorada
tía-abuela
Pilar Blanco.
Desde que José y su hermano Roberto se radicaron en Venezuela junto a sus
familias y padres,
José particularmente, no cesó en su esfuerzo por
obtener la libertad de mi padre y de su tío Lauro.
El día más feliz de mi vida fue cuando recibimos la llamada en la que
nos anunciaron que mi papá se encontraba en Venezuela.
El
papá de Frida
—
Enseguida lo reclamamos como ciudadanas de este país, y
al fin llegó
a California en julio de 1978.
Nunca más mi padre quiso pertenecer a ningún
movimiento. Nunca se expresó en contra de ningún hombre (ni mujer) que
estuvo preso por motivos políticos,
posición que compartía con la
mayoría de sus hermanos y hermanas de presidio. Eso sí,
r
ectificó su opinión sobre el gobierno de Batista y hasta en su lecho de
muerte me suplicaba que cerrara el capítulo de la lucha por Cuba, que los
cubanos tenían lo que se merecían.
Mi madre nunca se recuperó de la depresión y también
le perdió la fe
a los cubanos y sus “patrañas”, como decía ella.
ZV: -¿Crees que conoces la Cuba de hoy,
qué piensas de tu
país?
FBM: -No la conozco, mentiría si te dijese lo contrario. Pero como trato de
mantenerme informada, sostengo opiniones. En Cuba no veo que exista una voz
insurreccional. No observo tampoco una vocación por la libertad. Todo está
manipulado hasta el exceso por los intereses personales de los supuestos
“disidentes”. Con dignas y salientes excepciones,
la desidia e
indiferencia es una constante en la mente del cubano. En la sociedad
cubana un porcentaje altísimo no permite el rechazo a todos y cada uno de los
mitos de la revolución. La mayoría cree que algo bueno se ha logrado. Mientras
esa mentalidad conformista exista, lo veo todo muy mal. Es caldo de cultivo para
que pillos que desde fuera, aliados con los socialistas en el poder y con los
mismos castrofascistas, presenten ideas de “reconciliación y progreso”.
Vender “el ideal chino”, Zoé, es la solución para que se queden los
castristas en el poder y los cubanos toda la vida en lo mismo, sin
evolucionar.
ZV: -¿
Algún mensaje a los cubanos de la isla, y a los del
exilio?
FBM: -
A los cubanos de la isla les diria que estudien la verdadera
historia de Cuba. Nada más.
A los exiliados que se aparten del
pensamiento oscuro y cerrado de la extrema derecha. Que se aparten de los
improperios de la extrema izquierda. Que entiendan que los que proponen
el modelo chino para Cuba y “la reconciliación” entre cubanos tienen fines
contrarios a los nuestros y que los procedimientos (autoritarismo) de los chinos
no son aceptables. Que recuerden que nuestros valores de lucha, aunque aperenten
ser estacionarios no son los equivocados. Y les recordaría que si la inmensa
mayoría de los cubanos hubiera reaccionado como lo hicieron mi padre y sus
compañeros no estuviéramos más de 53 años después sin país, y la juventud cubana
sin esperanzas.
Los de la mala entraña
son los que se han mantenido en el poder y
muchos de ellos están entre nosotros. Que hay que desenmascararlos y
luchar abierta y valientemente contra ellos.