por Esteban Fernández
Quizás esta sea la historia de mi única victoria pírrica contra las huestes castristas en mi pueblo. Todas las demás las ganaron ellos. Nunca lo conocí hasta 1959 y si lo vi antes no lo recuerdo. Estoy seguro que durante toda su vida anterior debe haber sido un bandido, pero la recién estrenada dictadura tuvo la capacidad de sacarle la maldad oculta a lo peor de la población cubana.
Sí, me refiero al más detestable de todos, al que le decían en Güines “El Negro Camión”, quien -como es natural- no había combatido al gobierno de Batista pero ya para junio del 59 comenzó en una carrera vertiginosa para lograr conseguir méritos revolucionarios.
¿A qué se dedicaba “Camión”? Bueno, que yo supiera no tenía ningún cargo oficial, ni siquiera era miembro del G2 local. Sin embargo, entraba al Ayuntamiento y a la Jefatura de la Policía con ínfulas de ser un desharrapado personaje. Se dedicó exclusivamente a abusar y a repartir golpes indiscriminadamente.
Alrededor de él tenía una turba de tres o cuatro marginales. Todos habían sido limpiabotas en el parque. A estos si los conocía, en el pasado los trataba bien, y hasta conseguía, a veces, que me les dieran “un pañazo” gratis a mis zapatos. Sin embargo, resultaron ser unos envidiosos y unos esbirros de poca monta. Fueron los iniciadores, hace exactamente 54 años, de los Equipos de Respuesta Rápida.
Yo los evitaba a como diera lugar, si los veía por aquí me iba para allá, una vez me los encontré de sopetón y me llamaron “blanquito bitongo”, pero no les respondí nada y me escabullí lo mejor que pude. Pero poco a poco ya no había forma de huirles, si íbamos al Liceo o al Casino Español allí llegaban ellos, hasta se apostaban frente al Instituto.
Una tarde no tuve escape y dirigidos por un joven al que le decían “Tatica” descendiente de una familia comunista de toda la vida (los “Loritos” y “Crucitos”) me golpearon torpemente. Evité por varias horas ir a mi casa para que mis padres no me vieran en estas condiciones. Estuve en el hogar de mi amigo "Pupi" donde su mamá me curó lo mejor que pudo.
Una semana más tarde me enteré que a un amigo mío llamado Pedrito Daruna le habían hecho algo parecido. Y se me ocurrió la idea descabellada de virar la tortilla y caerles a patadas a ellos.
Ni idea tenía de cómo hacerlo porque esta gentuza contaba con el respaldo de la policía y hasta de los novatos cuerpos represivos. Mis íntimos amigos todos tenían ya presentados sus papeles para salir del país y en una reyerta callejera corrían el peligro de quedarse allí para siempre. Quizás encarcelados.
Alguien me había dicho que en el Central Providencia había un joven llamado Gilberto Salgado que era “Teniente del M.R.R.” cosa la cual no me constaba. Pero me fui para allá y le pregunté que debía hacer para quitarme de encima a esta gentuza.
Gilberto, desconfiado, me dijo: “Regresa el viernes y volvemos a hablar del tema, momentáneamente no tengo ni la menor idea de lo que me planteas”. Supongo que durante esos dos días se dedicó a averiguar quien diablos era yo.
Parece que tuvo buenas referencias porque al volver a su casa inmediatamente me dio una orden: “Vamos a ir todos los días a las siete de la noche al Parque Central, me dijeron que ellos siempre llegan a esa hora más o menos, vamos a esperar el momento en que no haya ningún chivato alrededor, yo tengo cuatro amigos que me van a acompañar, tu buscas otros cuatro más y somos diez, les vamos a partir la gandinga”...
Efectivamente, le dimos una mano de patadas por el trasero a “Camión” y a sus corifeos de padre y muy señor mío. Corrí despavorido hacia el Residencial Mayabeque, me encerré en mi cuarto durante tres días, mirando por la persiana, y esperando que llegaran los carros del G2 para llevarme preso. Nunca lo hicieron. A pesar de que no les conté nada a mis padres de este incidente ellos lucían aterrorizados ante mi actitud preocupada.
A la semana regresé al parque. Un amigo mayor llamado Nivaldo “El Capi” Pino, que conocía la historia, se me encaró y me dijo: “¡Vas a matar del corazón al viejo Esteban, sólo te quedan unos días para salir de Cuba, vete para la casa y no salgas más!”...
Nunca volví a ver a Camión, me cuenta mi amigo Jesús Hernández que terminó preso por sus fechorías y supongo que en cualquier momento llegue a Miami en un intercambio cultural o como disidente en un "periplo" por diferente naciones y reciba premios y llaves de distintas ciudades...
Mientras tanto, yo disfruto al pensar que aunque sea por 15 minutos tuve el chance de vengarme de cinco hijos de perras castristas. Y en la actualidad sólo aspiro a que los cubanos buenos tengan simplemente 15 días para poder vengarse de sus opresores.
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