Mis dudas desaparecieron cuando oí sus declaraciones en los informativos de Cuatro. Reconozco que no estaba mucho por la labor de escribir sobre Cuba y el viaje del ministro Moratinos. Quizá el cansancio que produce la heterodoxia, a veces tan antipática en las filas de la izquierda. Quizá el pesante silencio del pensamiento crítico, desaparecido en combate desde hace tiempo. Quizá el hecho de que a Moratinos ya le he dado mucho, convencida del bajo nivel de la política exterior española. Por cierto, me dicen que ya no es conocido con el mote de Desatinos, sino con otro de mayor definición, Blablatinos... En fin. Pero cuando oí a Julio Villarrubia, secretario general del Grupo Socialista en el Congreso, hablando de Cuba, la adrenalina se me activó por arte de estupefacción, y decidí que, una vez más, algunos, ni que sea desde modestos e ignotos rincones del pensamiento progresista, tendríamos que alzar la voz disidente. Villarrubia usó todos los eufemismos del diccionario para no utilizar la palabra dictadura, y sus dos frases más memorables fueron éstas: "En Cuba hay una situación especial, complicada y difícil" y "el Gobierno afronta las relaciones con la isla con el objetivo de ayudar a que el pueblo cubano se vaya abriendo y tenga una democracia más consolidada en el futuro". Es decir, para el líder socialista, existe democracia en Cuba, el atropello de las libertades fundamentales sólo es una situación "especial" y darle la manita a Raúl Castro y al resto de la nomenklatura, es ayudar al pueblo cubano. Bienvenido Míster Marshall, en versión Compay Segundo. ¿Cómo era su famoso Chan Chan?: "El cariño que te tengo / Yo no lo puedo negar / Se me sale la babita / Yo no lo puedo evitar". A partir de aquí, lo de siempre, guirigay con la derecha, retórica sobre las bondades de la bilateralidad con el régimen, pose de chulo pirulo porque-la-izquierda-siempre-tiene-motivos-inteligentes-para-perpetrar-despropósitos, y un jugueteo malvado con los conceptos de la libertad. Espectáculo deplorable que, en situación normal, generaría un debate de nivel, sino fuera porque la gran trituradora de la pelea interpartidos, convierte en desechos demagógicos las grandes ideas. Lo de Cuba, pues, ha quedado como una pelea de galifantes entre la derecha de siempre y su cara de perro, y la izquierda de siempre, bienintencionada, solidaria y cabal. En realidad, a todos les interesa más jugar con el drama cubano, en función de intereses económicos y políticos, que comprometerse seriamente con él.
La noticia en otros webs
Cuba es una dura realidad que reprime personas, destruye derechos, consagra élites corruptas, y envía al infierno las viejas utopías
Sin embargo, retóricas al margen, lo de Cuba no es entrañable. Lo de Cuba no es "especial". Lo de Cuba no es comprensible y, sobre todo, lo de Cuba no tiene nada que ver con la democracia. El hecho de que sea un régimen de izquierdas, nacido al albur de ideas transformadoras que, en su momento, querían cambiar la injusta realidad, no implica que años después, con sus cárceles, sus represaliados políticos, sus condenas a muerte, su corrupción estructural y su falta asfixiante de libertad, se haya convertido en el ejemplo más rastrero de una dictadura caduca, impermeable a los derechos fundamentales. Desde una perspectiva de radical compromiso con la Carta Internacional de Derechos Humanos -catecismo básico para poder ir honestamente por el mundo-, Cuba no se aguanta por ningún lado. Y si hacemos un alambicado circunloquio para intentar desviarnos de ese compromiso, y convertir a Cuba en nuestra excepción razonable, lo único que hacemos es traicionar esa Carta Internacional de Derechos Humanos. En este sentido, el viaje de Moratinos es exactamente lo que parece: un considerable e impresentable balón de oxígeno a favor de un régimen tiránico que genera represión, dolor y desespero. Que, además, Moratinos haya despreciado públicamente a la oposición cubana, oposición que vive en permanente estado de represión, es un gesto de un impudor político sorprendente. De ninguna manera se aguanta, ni el viaje, ni el desprecio a los opositores, ni los acuerdos con Cuba -que no serán fácilmente sancionados por Bruselas-, ni el simbolismo que todo ello representa. Peor aún, sólo se aguanta si entendemos la política exterior española como una improvisación permanente, sin otro escrúpulo que vender el producto, ni otro objetivo que militar en el manual del buen progre, versión adolescente Che Guevara. ¿En nombre de qué principios democráticos podemos condenar unas tiranías y mirar con ternura a otras?
El señor Villarrubia, ¿qué diccionario usa cuando busca adjetivos para una situación de represión política? Porque en mi diccionario no hay paliativos: Cuba es una dictadura. Y darle apoyo político, enviar altos mandatarios -cartita del Rey incluida-, cerrar acuerdos, despreciar a la oposición y, encima, convertir la represión del régimen en una pequeñez sin importancia, es una inmoralidad, a la par que una traición a los principios de la libertad.
Estamos siempre en lo mismo, la doble moral. La izquierda, menos estresada que la derecha en este tipo de cuestiones, se permite unos márgenes muy abusivos con los derechos fundamentales. Ya no se trata sólo de la amnesia que tiene respecto a sus propias miserias históricas, sino de la mirada bifocal que proyecta acerca de las miserias del presente. Por supuesto, hay unas izquierdas más ruidosas y reaccionarias que otras, y para muestra, la perla que me comentaban de la última asamblea del Bloque Nacionalista Galego (BNG), cuyo tipo más aplaudido fue un militante histórico que aseguró que, con todo el dolor de su alma, lo mejor que podía pasar es que Irán tuviera la bomba atómica y barriera a Israel del mapa. Diría que más que reaccionaria, hay una izquierda que se ha vuelto literalmente loca. Pero volviendo a los cauces de la racionalidad, no es de recibo que un Gobierno que patrimonializa el sentir progresista de una sociedad, arrastre ese patrimonio por los barrizales de las dictaduras amigas. Cuba no es un mito adolescente. Cuba es una dura realidad que reprime personas, destruye derechos, consagra élites corruptas, y envía las viejas utopías al infierno de las buenas intenciones. Cuba es una vergüenza. El viaje de Moratinos es su epílogo.
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Sin embargo, retóricas al margen, lo de Cuba no es entrañable. Lo de Cuba no es "especial". Lo de Cuba no es comprensible y, sobre todo, lo de Cuba no tiene nada que ver con la democracia. El hecho de que sea un régimen de izquierdas, nacido al albur de ideas transformadoras que, en su momento, querían cambiar la injusta realidad, no implica que años después, con sus cárceles, sus represaliados políticos, sus condenas a muerte, su corrupción estructural y su falta asfixiante de libertad, se haya convertido en el ejemplo más rastrero de una dictadura caduca, impermeable a los derechos fundamentales. Desde una perspectiva de radical compromiso con la Carta Internacional de Derechos Humanos -catecismo básico para poder ir honestamente por el mundo-, Cuba no se aguanta por ningún lado. Y si hacemos un alambicado circunloquio para intentar desviarnos de ese compromiso, y convertir a Cuba en nuestra excepción razonable, lo único que hacemos es traicionar esa Carta Internacional de Derechos Humanos. En este sentido, el viaje de Moratinos es exactamente lo que parece: un considerable e impresentable balón de oxígeno a favor de un régimen tiránico que genera represión, dolor y desespero. Que, además, Moratinos haya despreciado públicamente a la oposición cubana, oposición que vive en permanente estado de represión, es un gesto de un impudor político sorprendente. De ninguna manera se aguanta, ni el viaje, ni el desprecio a los opositores, ni los acuerdos con Cuba -que no serán fácilmente sancionados por Bruselas-, ni el simbolismo que todo ello representa. Peor aún, sólo se aguanta si entendemos la política exterior española como una improvisación permanente, sin otro escrúpulo que vender el producto, ni otro objetivo que militar en el manual del buen progre, versión adolescente Che Guevara. ¿En nombre de qué principios democráticos podemos condenar unas tiranías y mirar con ternura a otras?
El señor Villarrubia, ¿qué diccionario usa cuando busca adjetivos para una situación de represión política? Porque en mi diccionario no hay paliativos: Cuba es una dictadura. Y darle apoyo político, enviar altos mandatarios -cartita del Rey incluida-, cerrar acuerdos, despreciar a la oposición y, encima, convertir la represión del régimen en una pequeñez sin importancia, es una inmoralidad, a la par que una traición a los principios de la libertad.
Estamos siempre en lo mismo, la doble moral. La izquierda, menos estresada que la derecha en este tipo de cuestiones, se permite unos márgenes muy abusivos con los derechos fundamentales. Ya no se trata sólo de la amnesia que tiene respecto a sus propias miserias históricas, sino de la mirada bifocal que proyecta acerca de las miserias del presente. Por supuesto, hay unas izquierdas más ruidosas y reaccionarias que otras, y para muestra, la perla que me comentaban de la última asamblea del Bloque Nacionalista Galego (BNG), cuyo tipo más aplaudido fue un militante histórico que aseguró que, con todo el dolor de su alma, lo mejor que podía pasar es que Irán tuviera la bomba atómica y barriera a Israel del mapa. Diría que más que reaccionaria, hay una izquierda que se ha vuelto literalmente loca. Pero volviendo a los cauces de la racionalidad, no es de recibo que un Gobierno que patrimonializa el sentir progresista de una sociedad, arrastre ese patrimonio por los barrizales de las dictaduras amigas. Cuba no es un mito adolescente. Cuba es una dura realidad que reprime personas, destruye derechos, consagra élites corruptas, y envía las viejas utopías al infierno de las buenas intenciones. Cuba es una vergüenza. El viaje de Moratinos es su epílogo.
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