Cronica del indio Hatuey segun el libro "Cronicas de Santiago de Cuba", de Emilio Bacardi:
Velázquez pasó á Cuba en cumplimiento de
órdenes de Diego Colón, residente en Santo
Domingo (Haití), nombrado por los Reyes de
España Gobernador general de las Indias.
Ordenó la conquista de la isla deCuba. teme-
roso de que viniesen órdenes de España se-
parándola de su mando.
Confió Diego Colón á Velázquez la orden de
conquistar la isla deCuba y de edificar una
población: ésta fué Baracoa.
Salió Velázquez de Santo Domingo con cuatro
embarcaciones, llegando con felicidad á Cu-
ba, desembarcando en la extremidad Oriental.
Por aquellos contornos existía el cacique de
Guajabá, Hatuey, que sustrayéndose á la ti-
ranía de los europeos, con un número de sus
subditos, había pasado á Cuba, constituyen-
do un pequeño Estado en el cual reinaba pa-
cificamente.
Tan pronto como Hatuey se cercioró de la
llegada de los españoles, reunió á los suyos y
á los indios deCuba, sus convecinos, excitán-
dolos á la rebelión.
órdenes de Diego Colón, residente en Santo
Domingo (Haití), nombrado por los Reyes de
España Gobernador general de las Indias.
Ordenó la conquista de la isla deCuba. teme-
roso de que viniesen órdenes de España se-
parándola de su mando.
Confió Diego Colón á Velázquez la orden de
conquistar la isla deCuba y de edificar una
población: ésta fué Baracoa.
Salió Velázquez de Santo Domingo con cuatro
embarcaciones, llegando con felicidad á Cu-
ba, desembarcando en la extremidad Oriental.
Por aquellos contornos existía el cacique de
Guajabá, Hatuey, que sustrayéndose á la ti-
ranía de los europeos, con un número de sus
subditos, había pasado á Cuba, constituyen-
do un pequeño Estado en el cual reinaba pa-
cificamente.
Tan pronto como Hatuey se cercioró de la
llegada de los españoles, reunió á los suyos y
á los indios deCuba, sus convecinos, excitán-
dolos á la rebelión.
Entre otras cosas se dice que les dijo: «que
nada lograrían si no obtenían la protección
del Dios de los extranjeros, «Dios Todopode-
roso», y por el cual eran ellos capaces de
emprender lo imposible».
«Aquí lo tenéis—les dijo enseñándoles un pe-
queño cesto de oro,—aquí tenéis á ese Dios
por el cual no descansan. Obtengamos su
protección celebrando una fiesta en su ho-
nor».
La fiesta duró toda una noche. Al día si-
guiente les dijo Hatuey que no había segu-
ridad para ellos en tanto estuviese en la isla
el Dios de los extranjeros. «Lo ocultaríamos
en vano; si lo tragamos, nos abrirán el vien-
tre para encontrarlo en nuestras entrañas.
No conozco más que un lugar en donde depo-
sitarlo con seguridad: el fondo del mar. Qui-
zás se nos deje tranquilos sabiendo que ya su
Dios no está en nuestra tierra»; y el cesto,
con su oro, fué arrojado á las olas.
No se salvaron por esto los indios; lucharon,
combatieron, fueron derrotados y persegui-
dos sin tregua, hasta dar con Hatuey que
fué hecho prisionero.
Velázquez, con espíritu de crueldad, conde-
nó al héroe—el primer mártir cubano—al su-
plicio del fuego. Dicen las crónicas que, ata-
do al poste y con las llamas lamiendo sus
carnes, un fraile trató de convertirlo hablán-
dole del infierno y del paraíso.— «En el lugar
de delicias de que me hablas, ¿hay cristia-
nos?—le preguntó el cacique.—Sí los hay—
respondió el fraile;—pero allá sólo van los
buenos.—A lo que agregó Hatuey:—El mejor
no vale nada, y no quiero ir á un lugar en
donde me halle expuesto á encontrar uno
solo». La ejecución tuvo lugar en Yara, tie-
rras de Baracoa.
nada lograrían si no obtenían la protección
del Dios de los extranjeros, «Dios Todopode-
roso», y por el cual eran ellos capaces de
emprender lo imposible».
«Aquí lo tenéis—les dijo enseñándoles un pe-
queño cesto de oro,—aquí tenéis á ese Dios
por el cual no descansan. Obtengamos su
protección celebrando una fiesta en su ho-
nor».
La fiesta duró toda una noche. Al día si-
guiente les dijo Hatuey que no había segu-
ridad para ellos en tanto estuviese en la isla
el Dios de los extranjeros. «Lo ocultaríamos
en vano; si lo tragamos, nos abrirán el vien-
tre para encontrarlo en nuestras entrañas.
No conozco más que un lugar en donde depo-
sitarlo con seguridad: el fondo del mar. Qui-
zás se nos deje tranquilos sabiendo que ya su
Dios no está en nuestra tierra»; y el cesto,
con su oro, fué arrojado á las olas.
No se salvaron por esto los indios; lucharon,
combatieron, fueron derrotados y persegui-
dos sin tregua, hasta dar con Hatuey que
fué hecho prisionero.
Velázquez, con espíritu de crueldad, conde-
nó al héroe—el primer mártir cubano—al su-
plicio del fuego. Dicen las crónicas que, ata-
do al poste y con las llamas lamiendo sus
carnes, un fraile trató de convertirlo hablán-
dole del infierno y del paraíso.— «En el lugar
de delicias de que me hablas, ¿hay cristia-
nos?—le preguntó el cacique.—Sí los hay—
respondió el fraile;—pero allá sólo van los
buenos.—A lo que agregó Hatuey:—El mejor
no vale nada, y no quiero ir á un lugar en
donde me halle expuesto á encontrar uno
solo». La ejecución tuvo lugar en Yara, tie-
rras de Baracoa.
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